El corazoncito del periodista

por Oscar Díaz

A propósito de la discusión televisada entre Iturri y Grimalt, en la primera parte de esta columna (27/05/2013) decía que el periodista no es (o no debería ser) ni oficialista ni opositor, es (o debería ser) simplemente periodista. Los conductores varones de Anoticiando, en ATB, jugaron un tiempo al gato y al ratón y, como en las apasionantes telenovelas venezolanas, nos tuvieron en vilo para ver si había -no beso- reconciliación. Parece que limaron asperezas. Que en el País de las Maravillas Tom y Jerry se toleran.

Para esta parte II y final habían quedado en el tintero dos temas: la incomodidad del periodista frente a la propiedad de los medios y el periodismo militante.

Retomando, el informador cabal no tiene por qué definir una posición política o ideológica porque su trabajo, en rigor profesional, lo limita a contar la verdad que recolecta de fuentes asignadas. Si ese periodista es de izquierda o de derecha, simpatiza con tal o cual partido, no interesa: él tiene la obligación de contar la verdad (como persona, vista por ojos subjetivos), sin distorsionarla y con equilibrio, sobre todo, cuando existe polarización.

El periodista no está obligado a revelar sus gustos políticos e ideológicos, así como el futbolista no tiene que decir de qué club es hincha. Todavía más: por la característica del trabajo de ambos profesionales, lo aconsejable es que no revelen esa información.

Los medios, como empresas, sí fijan una posición institucional en su nota editorial diaria, lo cual tampoco significa, per se, falta de independencia o de imparcialidad aunque, es importante aclararlo, en lo cotidiano asumen posturas que entre líneas pueden ser leídas como mayor o menor apego (político, económico, cultural, etcétera.). Inclinaciones ideológicas tenemos todos: no son tiempos para rasgarse las vestiduras defendiendo un periodismo blanco, neutro, absolutamente libre.

¿Cuándo se incomoda el periodista? Cuando la opinión del medio condiciona su labor; la suya, de todos modos, es una incomodidad que este profesional suele tragarse porque sabe que exponiéndola arriesgaría su estabilidad laboral. Por otro lado, hay periodistas militantes; es decir, los que no se han hecho ningún problema a la hora de enrolarse en las filas de los medios no independientes -ni siquiera estatales- progubernamentales.

El militante (en general) toma una posición y no sale de ella. Y su verdad a veces es ciega porque le cuesta equilibrar la balanza, ponderar lo correcto que pueda hacer el contrario. Aquí radica la cuestión central del periodista militante, en su obligación de contar una verdad que debe estar, siempre, alejada de la del rival; debe hacerlo por el partido, por la ideología que lleva como escarapela en su corazoncito. ¿Por qué las democracias precisan un periodismo independiente, exento de estas pasiones tan cercanas a la telenovela? Porque las sociedades necesitan ser informadas sin que les deformen la realidad.

Por alguna extraña moda regional, el poder político se ha empecinado en llevar al periodismo a un terreno sobre el que no le corresponde moverse. Desde el momento en que plantan la duda o instalan en el público la suspicacia de que el periodista o el medio independiente es, en contrapartida del periodista militante o el medio progubernamental, rival o enemigo, distorsionan la visión y la misión del periodismo, que no es otra que la de informar lo que ve, sin intervenir en los hechos.

El periodista profesional es escéptico por naturaleza sospecha todo el tiempo, desconfía de lo que dice el de izquierda y el de derecha, y por igual. Es militante, pero del periodismo. El buen periodista no es ni oficialista ni opositor; es periodista.

Fuente: Página siete, 10.6.13 por Oscar Díaz Arnau,  periodista y escritor.

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