Tropezar con la misma piedra

por  Paola Fernández

A propósito del hecho conocido como la Masacre de Ramallo, el periodista Mariano Grondona, en una nota publicada en el diario La Nación, sintetizaba de esta manera la actitud que según él se necesita para entablar contacto con uno de los delincuentes apostado en el banco: “Uno trata de que la conversación tenga algún efecto tranquilizador, de inyectarles un grado de racionalidad. En televisión uno no puede preguntarse todo el tiempo qué consecuencias van a tener las noticias. Si no, en vez de ser periodistas nos convertimos en curadores del bienestar psíquico del público”. La frase puede ayudar a comprender el criterio utilizado por cierta prensa en los últimos días ante hechos de notoriedad. La reflexión sobre la práctica profesional ante la coyuntura permite relacionar dos temas. Que la cobertura de los medios ante sucesos violentos se realiza bajo cuestionables criterios de noticiabilidad y espectacularización y que tales parámetros no hacen sino responder al tipo de consumo televisivo que tenemos como sociedad.

Tal como plantea Damián Fernández Pedemonte (2010), “el sensacionalismo no es privativo de los medios populares ni va inevitablemente unido a temas tabú, sino que responde a malas prácticas periodísticas que construyen un lector modelo al que alojan en el ámbito de la experiencia similar a la del entretenimiento, en vez de promover la reflexión que la gravedad del tema demanda”.

En así que un suceso de la envergadura del asesinato de una joven cuyo cuerpo se encontró en la Ceamse irrumpe en la agenda mediática y es capitalizado por los medios para ubicar en la opinión pública temas que se encuentran latentes en el imaginario popular, gracias a imágenes construidas por los mismos medios y que responden a intereses económicos y políticos. La cobertura de los hechos se basó fundamentalmente en supuestos y en fuentes de dudosa veracidad y confiabilidad. El uso del condicional fue tapa y ocupó gran parte de las pantallas televisivas; se informó, se ratificó y se debatió sobre una violación que no se sabía si existía y que incluso fue negada horas más tarde. El entorno familiar de la joven fue sospechado antes por los medios que por la policía, dando por evidente la filtración de información de fuentes judiciales como si el uso del condicional no atentara contra el secreto del sumario. Pero al mismo tiempo la oferta informativa actúa en complicidad con un tipo de consumo naturalizado por parte de la ciudadanía.

La conjetura que no se apoya en pruebas y fuentes confiables se ha convertido en parte esencial de la oferta noticiosa masiva. Y suele ocurrir que el mismo medio que hace visible un conflicto lo cierra por su sola decisión cuando se decide dar un giro en la agenda.

Fernández Pedemonte sostiene que es “así como el suicidio de Yabrán es la culminación del caso mediático del asesinato de José Luis Cabezas, pero no de la causa judicial. Se trata de un cierre simbólico. Un nuevo cambio de agenda operado por los medios”.

La lucha por otro tipo de comunicación no se refiere sólo al cambio de estructura de propiedad de los medios o la modificación de los contenidos, sino también a romper con esas prácticas hegemónicas que transforman a los trabajadores de prensa en operadores al servicio del poder económico de los dueños de los medios y de la información como mercancía. Y no es que esto último no sea así, sino que contiene al mismo tiempo un valor simbólico que no desagrega el económico.

Somos la información y los medios que consumimos.

La lógica del minuto a minuto hizo que Sergio Lapegüe, eufóricamente, inventara detenciones porque sabía que eso le retribuía rating. La monetización de la tragedia. La aplicación de la ley de medios no debe limitarse sólo a una disputa por la propiedad entre Clarín y el Gobierno; debe contemplar también el cumplimiento de lo que representa la información como servicio público. Los periodistas no pueden responder únicamente al requerimiento editorial de la empresa para la que trabajan, sino que tienen que atender a los criterios que conforman a la información y la comunicación como derecho universal y servicio público. Esto implica veracidad, objetividad (sujeta a la mirada y al trabajo realizado por cada trabajador del medio) y, sobre todo, respeto al ciudadano.

Somos los medios y la información que consumimos.

¿La espectacularización de la noticia, la ficcionalización de la violencia y la tragedia, corresponden al tipo de medios que queremos como sociedad? Porque el tipo de periodismo que queremos es un reflejo del tipo de sociedad que queremos ser. Elijamos, entonces, qué queremos ser.

Fuente: Página12, 18.6.13 por Paola Fernández, argentina licenciada en Comunicación Social. Becaria Dpto. Ciencias Sociales UNQ.

Comente