La obligación de informarse

por Waldo Peña Cazas

Los bolivianos vivimos amenazados por nubarrones que anuncian tormenta, sobre todo porque a los gobernantes sólo les preocupa conservar el poder y marchan sobre llantas parchadas que pueden desinflarse en cualquier momento. Pero tampoco los gobernados atendemos  mucho a las causas remotas e inmediatas de problemas fáciles de identificar, y estamos más bien divididos por los métodos de lucha de oficialistas y opositores, tomando posiciones que van de extremo a extremo, desde los bloqueos violentos hasta los pañuelitos blancos y las amenazas separatistas.

¿Es justo impedir el libre tránsito para hacerse escuchar, u organizar brigadas de choque contra marchistas y bloqueadores?  Descartando las opiniones interesadas de los políticos, y considerando sólo los hechos y no sus causas, tendríamos que condenar la violencia de unos y la de otros, aunque ambos tengan argumentos atendibles. Pero es ingenuo buscar soluciones apelando a una justicia abstracta, a leyes arbitrarias o con rogativas y avemarías. Toda opinión es respetable, si es honesta; pero, ¿se puede ser ecuánime y justo cuando se piensa y se actúa viviendo sólo una realidad personal e ignorando otras?

Nadie busca la verdad, porque cada cual cree que ella está adosada a su personal modo de ser y de existir. Para unos, lo preocupante es tener un coche y no poder transitar libremente, producir pollos y no poder venderlos, ser ama de casa y no poder ir al mercado; para otros, lo grave es no tener nada y querer sobrevivir exigiendo atención a los gobernantes. Pero todas las opiniones tienen algo en común: poca información y mucho prejuicio. No importan mucho los problemas por sí mismos, sino la posición de cada persona en el espectro económico y social; los asuntos de interés público están sujetos a una pugna de intereses inmediatos o prejuicios de clase que nadie quiere admitir. Puede haber buena fe; pero los errores y la intolerancia parten sobre todo de vicios que nadie reconoce como suyos: ignorancia, desinformación e interés egoísta.

Ni naciones ni individuos pueden vivir en paz si no aprecian la verdad y la buscan. La ignorancia no se debe sólo a la desidia, sino que la información más importante se oculta, se falsea o se manipula justamente en las fuentes “oficiales”. Los resultados son trágicos, porque un pueblo mal informado o engatusado actúa con pasión y sin razón, proclamando sólo sus derechos, ignorando los ajenos y rehuyendo responsabilidades.

La violencia es inevitable cuando asuntos de interés público se tratan a hurtadillas, ocultando  oscuros intereses. A falta de información veraz, ¿cómo podemos reaccionar en cuanto al narcotráfico, a las autonomías o a la construcción de carreteras? ¿Cuál es la verdad oculta detrás de la agitación o de la represión?

 Sin embargo, todos opinan y creen tener la razón. La verdad unilateral, utilitaria de los dueños y de los buscadores del poder no inspira confianza, y ése es el germen de la violencia.

Los gobernantes saben que desinformar es el gran secreto de la corrupción, de modo que todo ciudadano tiene el deber de desarrollar su sentido crítico y recabar información de diversas fuentes.

Fuente: La Prensa, 29.7.13 por Waldo Peña Cazas, escritor boliviano

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