por Iván Orbuch
En horario central, y con un elenco conformado tanto por afamados actores como Diego Torres, Eleonora Wexler, Mónica Antonópulos y Mike Amigorena, como por artistas de la talla de Hugo Arana o Mirta Busnelli, Telefe exhibe una tira diaria llamada Los vecinos en guerra. El argumento, en teoría simple, nos revela que la calma monacal de un barrio cerrado se ve alterada por la llegada de una nueva familia, que en realidad es una banda de estafadores, entre los cuales se encuentra el personaje interpretado por Amigorena. Este pronto descubre que en el barrio vive su vieja compañera de andanzas, caracterizada por Wexler, quien luego de los recurrentes fracasos de la banda delictiva debe rehacer su vida y lo logra formando pareja con casamiento y tres hijos incluidos, con el personaje que en la tira es representado por Torres.
A partir de aquí, los conflictos entre ambas familias irán escalando en intensidad centrando la trama argumental a partir de ellos. Y de la vida cotidiana en el barrio cerrado. El tema, que venía siendo abordado en la literatura y en el cine, aún no había llegado a la televisión, siendo la primera vez que la temática se instala en uno de los dos canales más vistos y en horario prime time.
Siguiendo esa línea interpretativa, esta ficción televisiva se revela como un importante mecanismo para entender cómo viven determinados sectores sociales en este nuevo tipo de urbanización surgida al calor del neoliberalismo imperante en nuestro país entre 1976 y 2001, y cuya expansión parece no detenerse. Pensadores de renombre como Zygmunt Bauman las definieron como “ghettos voluntarios”, que a diferencia de los reales, en los que vive el grueso de la población y en los cuales sus habitantes no pueden salir cuando lo deseen, fueron planificados como lugares asociados a una supuesta libertad de movimiento. Claro está, de quienes viven intramuros. La finalidad básica es evitar que los de afuera entren en el barrio. Con lo cual la interacción social se ve limitada a lo que pueda ocurrir con los denominados por Robert Castel “servicios de proximidad”, es decir trabajos domésticos como pasear perros, limpiar o cocinar. Se trata, habitualmente, de formas modernas de explotación de la mano de obra, a través de las cuales las personas adineradas disfrutan de servicios a su persona financiados con desgravaciones impositivas.
En la tira, la naturalización de este tipo de prácticas se ve alterada por las importantes modificaciones en el mercado laboral de los últimos diez años, caracterizado sagazmente por Lola Berthet, quien, en su rol de empleada doméstica, no se cansa de recordar sus derechos como trabajadora, en, por ejemplo lo referido al trabajo en días feriados o al cumplimiento del horario.
El agotamiento de la llamada “sociedad salarial” se percibe, a su vez, con la relación que establecen todos los personajes con el trabajo, que ya no cumple como otrora un papel central en la subjetividad de las personas. Como producto de las modificaciones del mercado laboral en años neoliberales, el eje de seguridad social vinculada con la relación laboral se quebró. Así, la precariedad del empleo reemplazó la añeja perdurabilidad del trabajo como característica distintiva del mercado laboral.
Estas cuestiones se ven con claridad en la tira en el hecho puntual de que las mujeres jóvenes no trabajan, mientras que la única que sí lo hace es el personaje interpretado por Mirta Busnelli, tributaria de la época de la “sociedad salarial”. Las certezas construidas en torno de la relación laboral dominante en la posguerra fueron dando paso a una incertidumbre, primero en cuanto a la relación laboral, para consolidarse a posteriori como una incertidumbre social. Hecho reflejado en el temor que siente el personaje caracterizado por Diego Torres cuando pierde su trabajo y siente que ya no puede seguir manteniendo su estándar de vida. Este proceso es parte central del dispositivo neoliberal, y se manifiesta de forma más ostensible en ciertos sectores sociales.
Los vecinos en guerra nos revela de modo directo cómo determinadas transformaciones que fueron la precondición para la instauración del neoliberalismo en nuestro país, tales como los cambios en el modo de habitar el espacio urbano o las profundas mutaciones en el mercado laboral, hicieron posible un tipo particular de socialización que tiene como paradigmas, por un lado, la segregación y la seguridad, y por el otro, el mantenimiento del statu quo. Desde esta perspectiva, la mayor intervención del Estado se manifiesta como invasiva para un tipo de vida que es propia de unos pocos. Y lo quiere seguir siendo.
Fuente: Página12, 24.7.13 por Iván Orbuch, argentino docente de Historia (UBA, Flacso, UNLZ).