Por Enrique Ayala Mora
Todas las sociedades humanas desarrollan formas de comunicación social. En la Época Aborigen estaban ligadas a las formas de producción, al desarrollo de la agricultura, a la relación entre comunidades y señoríos, a las prácticas de guerra, a las ceremonias religiosas. El uso del “churo” para convocar a la gente viene de siglos. Los pueblos andinos no desarrollaron escritura, pero usaron mecanismos de comunicación como la música y los quipus. Los comerciantes o “mindalaes”, llevaban mercancías, anuncios y noticias. Los incas tenían un sofisticado sistema de “chasquis” que llevaban rápidamente mensajes desde todos los puntos del imperio.
Los conquistadores europeos trajeron consigo su lengua, su escritura y nuevas formas de comunicación. Para el sojuzgamiento de los pueblos aborígenes y la evangelización, establecieron una red de “doctrinas” manejadas por religiosos. La Iglesia asumió también las tareas de predicar, la educación y la promoción de la cultura.
El Estado colonial implantó u n sistema de comunicación entrado en el púlpito, desde donde se defendía el “derecho de conquista”, se daban noticias y órdenes. En la misa del domingo, el párroco leía las disposiciones del obispo, del Cabildo, de la audiencia y del propio monarca; anunciaba quién se iba a casar, cómo se distribuía el trabajo, quiénes iban a ser priostes de las fiestas; convocaba a “rogativas” cuando había desastres, o a acción de gracias por el milagro de algún santo. Daba noticias como la coronación de un rey, o un ataque de piratas, terremoto o peste.
Las iglesias y conventos, que eran eje de la vida social, se llenaron de pinturas y esculturas de santos, pasajes evangélicos y alegorías de los dogmas católicos, destinados a ser “ayudas visuales” para la evangelización de una población analfabeta. La producción artística colonial no tenía solo motivaciones decorativas o estéticas, sino un claro objetivo comunicacional.
El mercado de la población era un centro en el que no solo se intercambiaban mercaderías, sino también noticias e información. Ahí estaban las vendedoras que conocían “vida y milagros de todo el mundo”, ahí venían los clientes a comprar algo y enterarse de las novedades; ahí llegaban los comerciantes, los randis, los arrieros que hacían el transporte y sabían lo que pasaba en otros lugares. En las esquinas de la plaza se leían los “bandos”, con que las autoridades hacían conocer las leyes, normas y disposiciones. A las tiendas que rodeaban el lugar se acercaban los que traían y llevaban el correo y otros encargos.
Desde la Colonia se escribía clandestinamente en las paredes, lo que ahora llamamos grafitis. Se usaba el escrito anónimo o pasquín, que también ha sobrevivido hasta el presente, como el púlpito y el rumor de la plaza del mercado, que coexisten con los modernos medios
Fuente: El Comercio, 30.8.13 por Enrique Ayala Mora, ensayista e historiador ecuatoriano