La televisión pública tiene poca sintonía, cuesta mucho y se utiliza como instrumento de publicidad política. Claro que hay excepciones, pero la mayoría de los medios públicos tienen problemas comunes de difícil remediación. Si los presupuestos provienen del Estado y no son producto de la capacidad profesional y responsable administración, es inevitable que vaya en aumento el despilfarro mientras se reduce la calidad de los contenidos. Si los nombramientos son premios a los partidarios más meritorios que van a dar muestras de gratitud y lealtad, resulta imposible que haya pluralismo y compromiso con la verdad que merecen los ciudadanos. Los noticieros van poco a poco excluyendo los acontecimientos negativos y sobredimensionando los hechos positivos, las críticas van desapareciendo y las declaraciones oficiales van colonizando todos los espacios. Así llega el día en que las empresas públicas de comunicación se tornan inviables aunque vivan del presupuesto estatal.
Es lo que ha pasado con la Televisión pública de Valencia, en España. El Gobierno autonómico decidió cerrar Radio Televisión Valenciana después que un Tribunal de Justicia le negó el despido de unos mil trabajadores. Ahora el presidente Alberto Fabra se escuda en la salud al señalar que no va a cerrar hospitales para mantener la televisión. Cuando se inició tenía 687 trabajadores de planta y ahora llegan a 1 700, más que los empleados de tres cadenas privadas juntas. En los últimos cinco años la deuda financiera llegó a 1 126 millones de euros y la audiencia pasó de 20% a 4%.
Declarado el cierre de la empresa, algunos periodistas denuncian el manejo político en la televisión. Yolanda Mármol, por ejemplo, asegura que el Partido Popular puso el canal a su servicio convirtiéndolo en instrumento de propaganda de las políticas del Gobierno valenciano y de la figura del Presidente. Cuenta cómo le obligaban a ocultar verdades y a maquillar noticias con eufemismos como “éxito discreto” en lugar de “fracaso estrepitoso”. Cómo se gastaban millones para realizar transmisiones en directo del Gobierno mientras se impedía poner declaraciones de la oposición. Prefería hacer los directos, porque nadie te lo puede revisar ni corregir, dice la periodista y añade que a menudo, tras los directos recibía una llamada de “eso no ha gustado” o “eso te he dicho que no lo digas” o “ya te había dicho 20 veces que dijeras ajustes y no recortes”. Otro periodista, Vincent Devis, relata que los políticos del partido le tomaban por un empleado suyo. “Tuve que soportar una presión terrible todos esos años para no perder la dignidad”, dice en doloroso testimonio.
Lo triste de este tipo de medios públicos es que las mentiras que difunden son muy costosas y son pagadas por las víctimas de su maliciosa gestión, es decir, por los ciudadanos que pagan impuestos.
Fuente: El Universo, 9.11.13 por Lolo Echeverria, ecuatoriano