Desde fines del siglo XIX, el eje de los medios de comunicación del Ecuador fueron los diarios, sostenidos como negocios, fundamentalmente por sus anunciantes. Eso sucedió primero en Guayaquil y luego en Quito, cuyos diarios se consolidaron como referentes nacionales. En las provincias creció lentamente una prensa de influencia local que asimiló poco a poco las innovaciones. El viejo diario oficial, por su parte, no pudo estar a la altura de las nuevas realidades. En 1895, cuando ya por años había venido perdiendo importancia e influencia, fue convertido en el “Registro Oficial”, órgano del Gobierno que desde entonces solo publicó leyes, reglamentos y otros documentos del Estado. En adelante la prensa fue controlada íntegramente por el sector privado.
Los nuevos diarios requerían una estructura más compleja. Eran negocios que debían organizarse empresarialmente, con una planta de personal dedicada a ellos. Los periódicos llegaron a tener un equipo de personal permanente: directores y jefes de redacción o editores, administradores, receptores de anuncios, reporteros o “cronistas”, prensistas y otros técnicos. Por lo que se lee en los propios diarios, eran grupos de entre ocho y 15 personas, sin contar con los “voceadores”, que no eran dependientes directos.
Por esos años se comenzó a contratar de manera fija “redactores” que trabajaban de planta en el periódico. El más notable de ellos, por su enorme influencia, vocación polémica y calidad como escritor, fue Manuel J. Calle. Los diarios siguieron teniendo colaboradores externos, varios de los cuales estaban muy identificados con el medio, que escribían artículos de opinión y comentarios, pero se dedicaban a sus actividades profesionales y políticas. Se necesitaban personas con entrenamiento para escribir que estuvieran dedicadas fundamentalmente al periódico. Por ello, los redactores fijos se volvieron indispensables para la producción diaria.
Los diarios de Guayaquil y Quito llegaban a las provincias con la dilatoria impuesta por las distancias. Aquellas ciudades por las que pasaba el ferrocarril estaban mejor servidas, pero las más alejadas, como Loja por ejemplo, recibían la prensa y las noticias a veces con semanas de retardo. Los periódicos locales no lograban subsanar esta falencia sino muy parcialmente. El telégrafo solo llevaba unas pocas noticias muy destacadas con textos reducidos. La prensa local no salía todos los días y se centraba en temas y cuestiones locales.
En las ciudades intermedias los medios informales de comunicación siguieron siendo muy importantes. Fue así como el enfrentamiento entre periódicos se dio también en las provincias. Las pugnas ideológicas y sobre todo las tensiones entre Gobierno y oposición tuvieron allí connotaciones propias, ya que se imbricaban con las pugnas locales.
Fuente: El Comercio, 20.12.13 por Enrique Ayala Mora, ecuatoriano, analista e historiador