Periodismo y realidad

La falacia de la comunicación como un hablar de la realidad que se adueñó otra vez de los noticieros por estos días trajo a mi memoria un episodio otrora gracioso y ocurrente vinculado a los medios de comunicación masivos.

Aquel vendedor era un personaje inolvidable no sólo por el tono agudo de su voz en contraste con su enorme porte, sino por lo que voceaba. Eramos varios parroquianos los que desayunábamos en el bar esperando su llegada. Me daba cuenta –mientras revolvía lentamente mi café con leche– que yo no era la única expectante; estábamos, como quien no quiere la cosa, mirando hacia la esquina de reojo, listos para llamarlo cuando apareciera y ya apartado el fajito de billetes correspondientes a nuestro ejemplar en una orilla de la mesa. Y él llegaba, apenas un poco después de su característico estridente: ¡Diaaariooo! Para nuestro deleite el tipo tenía preparados cada día tres o cuatro titulares inventados que voceaba alternativamente y según la clientela. ¡Diaaariooo! Todo sobre la lesióón del campeón mundial…¡Diaaariooo! No se sabe si podrá correr la próxima carrera o si se interna en una cliiínica del planeta Martee ¡Diaaariooo! Tomaba un caso y se imaginaba ingeniosos desenlaces dramáticos, irónicos, desopilantes, todos sobre el mismo hecho noticioso. Era un juego que nos permitíamos canillita y compradores como un preludio a ese momento fundante, serio y cotidiano en el que los ciudadanos responsables leíamos las noticias en el diario.

Este canillita volvió a mi memoria porque algo similar a lo que él hacía –como un ingenioso yeite para atraer clientes– están haciendo hoy ciertos medios masivos en Argentina. También para vender, claro, pero no justamente periódicos. Da origen a esta nota la mezcla de lástima y vergüenza ajena que me produce otra vez esta farándula embustera que hace de periodista en los medios nacionales con grandes aspavientos y pretendiendo que comunicar es informar. Muchos de ellos usan el mismo dispositivo de inventar derivaciones desopilantes de las noticias, sólo que ya no resulta gracioso para nadie. Comparar un hecho noticioso en varios diarios hoy en día en este país más bien resulta desalentador por la desmesura de lo que se publica.

Estamos atravesando los restos deplorables de una modalidad periodística que no da para más. Que descalifica a la profesión. La envilece por su falta de calidad. No hay tal realidad separada de quien habla y, por tanto, no hay verdades únicas. Solo hay verdades situadas, siempre en tensión. Lo que es verdadero para uno, no lo es para otro. Por el bien común es preciso considerar las consecuencias de la desmesura y dejar atrás el simulacro, la batalla dual, la descalificación novelada de la peor calaña, la falta de dignidad periodística. Alguien dijo en estos días que una mala persona nunca podrá ser un buen periodista. Más allá de esa dimensión del asunto a la cual se debería atender de alguna forma, los periodistas también vamos a tener que aprender a convivir con esta cuestión de las verdades con raíces, las verdades en un territorio en particular y con seres en conversación. Vamos a tener que aprender a trabajar con ellas en tanto el mundo en que vivimos es un mundo fluido en el que las personas están interconectadas en tiempo real.

En el periodismo, necesitamos dar un salto evolutivo para abrir nuestras rutinas profesionales a la complejidad del fenómeno comunicacional actual. Se trata de comunicar estratégicamente, rebasando a la comunicación en línea –tanto la de la transferencia como la de la denuncia– y ampliando nuestras competencias a partir de la consideración de la multidimensionalidad de lo comunicacional.

Hay dos vertientes reduccionistas de la profesión que es urgente confrontar considerando los impactos de su accionar sobre las vidas cotidianas de nuestras sociedades: por un lado, los mercachifles de siempre que envilecen al periodismo como pura mercancía; por el otro, los que pretenden hablar de la realidad con imparcialidad. Para los segundos podría servir aquella frase de Heinz von Foerster que dice: “Objetividad es el delirio de un sujeto que piensa que observar se puede hacer sin él”. Dos visiones con consecuencias indeseables que es imprescindible examinar desde el espacio crítico de los estudios de la comunicación. Mentira la verdad –Sztajnszrajber dixit– en torno de periodismo y realidad.

Fuente: Página12, 5.2.14 por Sandra Massoni. directora de la Maestría en Comunicación Estratégica, UNR.

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