Entonces, los medios de comunicación no escritos se limitaban a la radio y a la TV, a la que McLuhan denominó “el gigante tímido”. Consideraba, acertadamente, que las técnicas que masifican la comunicación social son un fenómeno central de la Modernidad, de nuestros tiempos, y que la cultura audiovisual nos iba a dominar y condicionar, como individuos y como sociedad, tal cual ha sucedido.
“Formamos nuestras herramientas y luego éstas nos forman” era la idea central de su determinismo tecnológico, en tanto que los avances técnicos nos abren permanentemente posibilidades de ser, de comprendernos, de relacionarnos, de entender el mundo y el poder. Ahí están el alfabeto y la imprenta, el telégrafo y el teléfono, la radio y la TV, el computador y toda la cibernética, y… Avances materiales que nos abren nuevas posibilidades y horizontes, por su poder para modificar el curso y el funcionamiento de nuestras relaciones y actividades sociales. Por eso el mensaje, el cambio, son los medios mismos.
McLuhan equiparó al mundo contemporáneo con una “aldea global”, hija de los medios audiovisuales que, al permitir “la expresión envolvente de la comunicación sensorial plena”, trascienden los límites de la cultura escrita y recuperan la palabra hablada como el medio de comunicación, a semejanza de las aldeas tribales, anteriores a la invención del alfabeto. Pero la aldea global cuenta además con el inmenso poder comunicativo de la imagen, portadora de una “comunicación total” – no solo lo que se dice, sino el cómo se dice –, que permite una comunicación inmersa en las vivencias de la aldea global; una comunicación en vivo y en directo, sin intermediarios ni intérpretes. Aldea global donde se vive conectado en tiempo real con los otros, como si se estuviera entre vecinos y conocidos de la tribu.
Para McLuhan, los avances tecnológicos permiten ampliar el alcance de las funciones que realiza nuestro cuerpo: la locomoción, la voz, la visión; pero también nuestra conciencia gracias al computador que amplía el sistema nervioso central y a las redes sociales que hacen lo propio con nuestra capacidad para compartir emociones, sueños, rabias. Una aldea global que a diferencia de su antecesora, la tribal, no se estructura a partir de la familia y el clan sino de sociedades abiertas a los intercambios culturales, a los mestizajes de todo tipo, donde el conocimiento, especialmente el técnico-científico, avanza ilímite; son sociedades del conocimiento.
Frente a esta dinámica imparable, el pensamiento filosófico que pretende abarcar esa nueva totalidad cultural, social y humana queda rezagada, así como la política, terreno en donde los procedimientos hasta ahora dominantes de intermediación, representación y control social empiezan a ser relegados por las nuevas técnicas que le permiten al ciudadano raso comunicarse directa e inmediatamente, ejercer su soberanía y expresarse sin intermediarios.
En estos tiempos los medios de comunicación convencionales – prensa, radio, TV – se han transformado mayoritariamente en grupos económico-informativos, controlados por el gran capital, a la par que nace una comunicación independiente e individualizada, digitial, que se organiza en redes de personas, sin dueños ni controles, como respuesta a la necesidad humana de comunicarse y reaccionar frente al unanimismo producto artificial de la monopolización de los medios convencionales. En Colombia este proceso estará enmarcado en cambios de fondo en la forma de hacer política y de participar los ciudadanos “conectados” en red, en las formas de organizar la actividad pública y en las de ejercer el poder. El asunto aún no está claro, pero ya se sienten en el ambiente aires de cambio
Fuente: El Espectador, 27.2.14 por Juan Manuel Ospina, periodista colombiano