En los últimos años y, muy particularmente, en los meses precedentes mucho se ha hablado de algo que está pasando ahora mismo con esta profesión, que desde el poder político se está intentando corporativizar hasta extremos de “limpieza étnica”.
Así, cuando se sigue manteniendo la libertad (una de las nuevas libertades conquistadas) de que en los periódicos escriba todo el que valga y quiera, hay quienes mitifican la condición de licenciado de la Facultad de Ciencias de la Comunicación Social con el énfasis propio de las clases medias y profesiones liberales, que siempre han necesitado dos diplomas: uno para el despacho y otro para el vestíbulo, que lo ven más las visitas.
Ese título ahora tan defendido es perfectamente respetable y nada ocioso, que garantiza la aptitud del interesado/interesada (hay muchas mujeres en la carrera) para múltiples funciones periodísticas de responsabilidad, y otras que tienen que ver con el mundo de la comunicación. Pero lo que no se puede es preguntarse inquisitoriamente si Hemingway tenía carnet de periodista, o Norman Mailer, o si lo tuvo Tom Wolfe.
Corpus Barga se pasó la vida escribiendo brillantemente en los periódicos y acabó de director de la Facultad de Periodismo de la Universidad de San Marcos, Lima, durante el exilio. Jamás ese ilustre español pasó por ninguna facultad, además que en sus tiempos no las había.
Y es que el periodismo es una profesión anfibia y ambigua en la que se mezcla el especialista cualificado en una materia con el “especialista en ideas generales”, que es el periodista tipo, heroico y mítico, el que puede escribir todo sin haber cursado especialmente nada, el todoterreno que va pasando de la gacetilla al reportaje, la gran entrevista, la corresponsalía y, finalmente, la columna, la dirección o la colaboración. Aquí es donde está la parte intuitiva del oficio, lo que el periodista tiene de centauro: intelectual y hombre de acción, como lo fueron algunos de los que he citado, más Malraux, D’annunzio y tantos otros.
El periodismo tiene algo de género literario y algo de novela de aventuras, más un gran porcentaje de instinto político, sin el cual no se puede hacer nada en esta profesión. Claro que el título no estorba para nada de esto, pero tampoco funciona a la inversa: sólo con el título de una universidad no se llega a ser Oriana Fallacci ni, por supuesto, Carlos D. Mesa Gisbert. Como referencia tengamos en cuenta el brillante periodismo español (los periódicos los “hacían” Unamuno, Ortega, Azorín, etcétera).
Está claro que a este Gobierno le molesta la libertad periodística, que algunos medios están ejerciendo a fondo, como molestará a los gobiernos que vengan, de derechas o de izquierdas, porque ya Lenin fue el primero en preguntarse libertad para qué.
Con una respetable formación académica, lograda o malograda, mi carrera en los periódicos no defiende nada personal, sino que avisa y alerta a los interesados sobre la nueva tendencia general de restringir esta indefensa profesión a un diploma con orla, porque la represión no se detiene ante nada, mucho menos frente a actitudes que, injustificadas las más de las veces, tratan de politizarla.
Fuente: Pagina Siete, 17.3.14 por Eduardo Mendizábal Salinas, comentarista