El amor por la crónica

Gabriel García Márquez siempre se consideró periodista por encima de todo y como tal alertó de los peligros y los riesgos del oficio

Gabriel García Márquez proclamaba en un artículo publicado en julio de 1981: “Siempre me he considerado un periodista, por encima de todo”.

Y en una conferencia titulada ‘El mejor oficio del mundo’, que publicó EL PAÍS el 20 de octubre de 1996, García Márquez alertaba sobre el daño que puede causar el periodismo: “Nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio”. Y refería las “manipulaciones malignas”, los “equívocos inocentes o deliberados”, “los agravios impunes”, las “tergiversaciones venenosas”; entre ellas “el empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas”.

Tal vez por esa razón dejó de conceder entrevistas. Podemos imaginar cuánto habrá sufrido con ello. Pero ¿por qué un periodista decide no recibir a ningún entrevistador más? Lo explicó él mismo en dos artículos, recogidos en el libro Notas de prensa. Obra periodística 5 (1961-1984), publicado por Mondadori. Uno de ellos se tituló: ¿Una entrevista? No, gracias (15 de julio de 1981); y el otro, Está bien, hablemos de literatura (9 de febrero de 1983).

En esos escritos periodísticos critica a los malos entrevistadores que le planteaban uno tras otro las mismas preguntas; a los que de puro complacientes se volvían empalagosos; también a los agresivos que intentaban exasperarle para que acabase diciendo lo que no piensa. Y a los que destilaban una frase para llevarla al titular después de convertirla en otra.

Detestaba las grabadoras, “un invento luciferino”. Con ellas, señalaba, el periodista no presta atención porque cree que el magnetófono lo oye todo. “Y se equivoca: no oye los latidos del corazón, que es lo que más vale en una entrevista”. Años más adelante añadirá: “La grabadora no piensa”. “La grabadora oye pero no escucha”, la grabadora “es fiel pero no tiene corazón”.

En el segundo de los artículos citados, Gabo elogia a uno de sus entrevistadores: Ron Sheppard, de la revista Time. El periodista norteamericano, que había leído la obra de García Márquez y conocía bien la literatura latinoamericana, no utilizó grabadora, sino que tomaba unas notas muy breves en un cuaderno escolar. Disfrutó de la conversación, creó un clima en el que podría extraer de García Márquez lo mejor de él, para ofrecérselo con claridad a sus lectores.

Pero el premio Nobel colombiano no se limitó a asistir impávido ante los problemas de su oficio. Creó en 1994 la Fundación Nuevo Periodismo, dedicada a mejorar la formación de periodistas iberoamericanos, y se involucró en algunos de sus talleres.

Detestaba las grabadoras, “un invento luciferino”. Con ellas, señalaba, el periodista no presta atención porque cree que el magnetófono lo oye todo

Corría diciembre de 1998 cuando 10 periodistas de América Latina asistían en Cartagena de Indias a un taller de edición para analizar textos escogidos al azar y publicados en sus diarios de procedencia. Gabo, que entonces tenía 72 años, se aplica allí a corregir y mejorar frases, con la atención de todos: “El del editor es el trabajo más importante”, explica a los talleristas. Quienes se encargan de la supervisión profesional de los textos “son la cara del periódico. Lo que hacen los editores es más importante incluso que el papel del director. Ellos consiguen la calidad del diario”.

Y se topa con este titular: La facturación, salvación de los hospitales. “Vaya cacofonía”, exclama. Y resalta luego un ha sin hache, y un porque en vez de un por qué, y un dónde mal acentuado… Y continúa: “Posicionarse… qué palabra… sólo de fea debería prohibirse”; “realizar, realizar… yo creo que jamás he escrito la palabra realizar”; “qué pobres los adverbios terminados en mente; yo ya no los uso, porque siempre la palabra que los sustituye es mucho mejor”; “miren este título de El Universal: “Fumar da a la leche el sabor del tabaco”… sólo podemos entender qué quiere decir cuando descubrimos en el texto que se trata de la leche materna”.

Y después se le caen de los labios sentencias como doblones de oro: “Una cosa es una historia larga, y otra una historia alargada”; “el final de un reportaje hay que escribirlo cuando vas por la mitad”; “el lector recuerda más cómo termina un artículo que cómo empieza”, “cuando uno se aburre escribiendo, el lector se aburre leyendo”; “no debemos obligar al lector a leer una frase de nuevo”…

Un reportaje de los revisados durante el taller contiene esta frase: “Pronto, entablaron amistad”. La coma después de “pronto” parece innecesaria, dice un alumno. García Márquez lo resuelve de un plumazo: “Quedaría mejor ‘entablaron pronta amistad”.

El premio Nobel colombiano no se limitó a asistir impávido ante los problemas de su oficio. Creó en 1994 la Fundación Nuevo Periodismo, dedicada a mejorar la formación de periodistas iberoamericanos, y se involucró en algunos de sus talleres

Ya entonces defendía el periodismo más allá de la noticia: el periodismo de la crónica o el reportaje. La gente, antes como hoy, conoce las noticias de inmediato por la radio o la televisión (ahora se sumó Internet), pero buscará luego en el papel su verdadero significado: “El primero que ve un accidente es el primero que va luego a comprar el periódico para ver qué dice”.

Para Gabo, en ese relato de los hechos ha de primar el orden, la jerarquía: la precisión. Lo relata Pedro Sorela en su libro El otro García Márquez: los años difíciles: Cuando hace el Balance y reconstrucción de la catástrofe de Antioquia, García Márquez dibuja detalles que solo ha podido captar una atención despierta: “En ocho horas de heroicos esfuerzos, no se había logrado rescatar ni siquiera el par de zapatos nuevos que Jorge Alirio Caro recibió dos meses antes como regalo de cumpleaños, y que la mañana anterior había dejado junto a la cama, cuando regresó de la iglesia”

Lo recogía también Jan Martínez Ahrens (EL PAÍS, 10 de septiembre de 1995) en un reportaje sobre una de las clases de García Márquez impartidas en la Escuela de Periodismo de este periódico:

“Un vaso de veneno no mata a nadie. O por lo menos eso ocurre en la escritura de Gabriel García Márquez, donde, como él mismo recuerda, se muere con mucho mayor detalle, por ejemplo, con un vaso de cianuro con olor a almendras amargas: ‘El reportaje necesita un narrador esclavizado a la realidad. Y ahí entra la ética. En el oficio de reportero se puede decir lo que se quiera con dos condiciones: que se haga de forma creíble y que el periodista sepa en su conciencia que lo que escribe es verdad. Quien cede a la tentación y miente, aunque sea sobre el color de los ojos, pierde”.

Cada vez que García Márquez hablaba como un periodista, pensaba en la pulcritud y en la ética.

Fuente: El País, 18.4.14 por Alex Grijelmo, periodista español

Comente