Se han puesto de moda las expresiones “poder mediático” o “guerra mediática”, entre otras, con referencia a los medios de comunicación y su influencia en la sociedad. Sí, esos medios en el mundo han creado, en conjunto, una presencia tan profunda como la Revolución Industrial de mediados del siglo XIX, y en un país como el nuestro, en la actualidad, “lo mediático” es el fenómeno social, cultural y político más notable y, sin duda, lo seguirá siendo.
En virtud de ser los medios parte de nuestra vida cotidiana y de la convivencia en comunidad, es legítimo un análisis, en particular de los de imagen y sonido, en una de sus características más notorias.
Nos eximiremos en estas observaciones del periodismo escrito, porque las mismas no corresponden, como en los medios audiovisuales, que entraron, en muchos casos, con distorsión en el territorio de la información y de la opinión, confundiendo lo sustancial con lo trivial y lo reflexivo con lo superficial.
Esto no significa que lo adecuado sería alejarse de la cotidianidad, de lo simple, de lo doméstico, e inclusive de las manifestaciones populares, de las supervivencias comunes y hasta de la forma de expresarnos con las características propias de nuestro ser particular, no es la intención que se pretenda seleccionar, sólo aquello que corresponde a niveles elevados o exquisitos.
La observación es muy precisa: alguien comenzó, con la equivocada idea de “alivianar la información” matizándola con otros componentes, distantes de la función específica de informar. La creencia de que así se le daba amenidad tuvo seguidores y ese estilo disonante se ha convertido en un mal generalizado, endémico.
Sería injusto decir que es de una gran parte de quienes se han comprometido con el ejercicio del periodismo y, más aún, decir que es total. Hay excepciones y ahí están periodistas, conductores, comentaristas, que con acertado criterio, con apego a la ética y respeto por ellos mismos y por los demás, realizan su tarea dignamente.
Como no todos hacen la diferenciación y los medios audiovisuales se dirigen a un masivo público anónimo, a muchos, especialmente jóvenes, puede dañarlos en su formación. Para el análisis, nos detenemos en la confusión de la información con el espectáculo, modalidad que se revela cada vez con mayor frecuencia en canales televisivos y emisoras radiales, donde está ausente también el concepto estético.
Ejemplos sobran: en algún noticiario, dando a conocer noticias que se vinculan a aspiraciones o necesidades de la colectividad – hasta se dan casos que afectan a los intereses de la nación e inclusive de desastres naturales o lacerantes problemas sociales – por ser el día de Halloween, hay comunicadores que se caracterizan de brujas o gnomos. Si es Carnaval de pepinos, en fin. Frecuentemente cantan, bailan…y no faltan los términos vulgares, que parecen de jergas subterráneas que estropean el lenguaje.
Se produce igualmente una desubicación de circunstancias: a algunos artistas entrevistados en el estudio (generalmente pobre), a veces actores de teatro, ballet o de obras líricas, les piden que hagan “alguito” de lo que presentarán en el escenario, desmereciéndolos, sin caer en cuenta que con los recursos de luz, sonido, escenografía y otros propios de la magia teatral, la cuestión con una puesta en escena es muy diferente.
También, deplorablemente, estando a su cargo la información, hay momentos en los que fracturan ese contenido y hacen publicidad en el mejor estilo de los buhoneros.
Es errada esa dinámica con la que se relega el periodismo, dando el primer plano al espectáculo. Para lucir lo lúdico o histriónico hay otro tipo de programas y esos roles no son para periodistas, sino para animadores de otras especialidades diferenciadas.
No pretendo que los conductores de noticiarios tengan que ser acartonados, puesto que se haría rígida la comunicación y perdería su carácter de entablar un vínculo de transmisor y receptor de lo que se anoticia o se comenta.
Se puede promover el humor edificante, pero hay una distancia muy grande entre la seriedad –así sean noticias hilarantes- y la chacota. Sin embargo, no todos asimilan esas emisiones que tuercen su derecho a la información, también ocurre que la confianza pública en los medios de comunicación se debilita.
Fuente: Página siete, 8.12.14 por Mario Castro, periodista.