El periodismo, los opuestos y la historia El periodismo es una forma de hacer historia, ni duda cabe. Si partimos de la premisa de que las partes se condicionan a la finalidad funcional del conjunto – en este caso de la historia – el periodismo es un contribuyente al hecho histórico y es también, en sí y por si sólo, un ejercicio unitario de historia. En efecto, es el testimonio mismo de lo sucedido y hasta prevé hechos que se constituirán en historia.
El escenario del periodismo es uno de realidades contradictorias de opuestos muchas veces insospechados y la aprehensión de esos hechos no es intuitiva, sino de una permanente disposición abierta a captar ese mundo y trasvasarlo a un destinatario individual que se hace el colectivo público.
Las digresiones anteriores sirven de introducción a la realidad de las últimas horas, en las que muchos periodistas han estado inmersos en opuestos que han generado información y opinión de asuntos que, como el agua y el aceite, no se mezclan, pero ahí están: por un lado, la tragedia de miles de personas afectadas por los rigores de la naturaleza y, por otro lado, el jolgorio anticipado de los carnavales.
En ambas facetas, el periodismo se empapa de extremos. El dolor y la alegría, al mismo tiempo. La vocación genuina se pone a prueba. No puede haber otra suerte -lo anoto sin fatalismos- porque estas realidades son el medio indispensable para extraer la materia prima de su trabajo.
Así, las noticias profusamente difundidas de las inundaciones, a lo largo y ancho de nuestro territorio, adquirieron las características de un drama nacional. Cerca de 30.000 familias, hasta ahora, resultaron damnificadas. Las víctimas fatales llegan casi a la veintena.
Viviendas, enormes campos de cultivos y ganadería están bajo el agua y el fango. Las pérdidas son cuantiosas. Ese balance del desastre ha movido a la comprensión. La solidaridad se dio en buena medida, aunque no será suficiente, porque allí el tiempo inclemente dejará una larga secuela de sufrimientos y empobrecimiento.
Por otro lado, los preparativos de los fastos del Carnaval arrastran a miles de personas a la diversión; así es la vida, que también es ironía. Y como está dicho, si el nuestro es un pueblo que alimenta sus días de afecto con solidaridad; con fiestas, en este caso, también da la espalda al dolor de los demás y se enturbia la vida con el alcohol. Y el periodismo también ve como la algarabía se degrada en un derroche que es el opuesto lamentable al de otros ámbitos, en los que las manos extendidas siguen pidiendo ayuda.
La inclemencia ha reunido a varios severos componentes. Lluvias intensas, fuertes granizadas, densas nevadas, ríos que se desbordan con grandes caudales de agua, fenómenos que destruyen y siguen amenazando. El decir popular es cierto: “llovido sobre mojado”. Inundaciones aquí y allá, en el llano, en los valles y en la meseta. Se desatan tormentas con más fuerza que en otras épocas.
En algunos casos la explotación irracional de bienes en las riberas de ríos han deteriorado contenciones naturales. En otros, en las ciudades, el taponamiento de bocas de tormenta se debe a la falta de conciencia y de educación de la gente que allí echa desperdicios. En La Paz imprevisiones en esta topografía de cerros, donde debían haberse instalado resguardos indispensables para evitar deslizamientos. Esos y otros factores acentúan el desastre.
Por otro lado, el regocijo del Carnaval surge en distintas regiones, como anticipo de lo que se viene en las fiestas carnestolendas, en algunos lugares las llaman entradas precarnavaleras, en otros desfiles alegres con los que se adelantan a elegir reinas que se entronizarán en la ocasión.
En La Paz, después de un año, “resucita el Pepino”, las “viudas” del personaje emblemático, con ganas de seguir bailando acuden a dar nueva vida con sus encantos al típico personaje que otra vez hará de las suyas en la diversión. Así, el mundo seguirá dando vueltas y concluido el Carnaval el país retornará a sus problemas y, seguramente, los asuntos sociales, económicos y políticos estarán en el primer plano.
El periodismo continuará atento en lo cotidiano como en lo especial. Nunca lejos de la corriente vital. No sólo se nutrirá de los hechos, sino que tendrá influencia en los mismos. El periodismo seguirá siendo y haciendo historia.
Fuente: Página siete, 18.1.15 por Mario Castro, periodista boliviano