En distintas oportunidades me he ocupado de la radio y de la gente que aporta a este importante medio de comunicación masiva. De su historia, desde sus orígenes, aquellas tentativas primigenias que apenas alcanzaron unos metros de distancia y que, sin embargo, significaron el comienzo de la apertura del surco fecundo que descubriera Hertz y que no muy después venció enormes distancias llevada por las ondas hertzianas, cruzando los cielos de mares y océanos con una cobertura de los cuatro costados del planeta vinculando todos los continentes.
Del panorama general enfoqué lo particular, y en cuanto a nuestro país puntualicé el relevante rol de la radio, no sólo como medio de comunicación, sino como factor de inclusión, a través de información y opinión sobre temas palpitantes de la realidad social, política, económica y cultural, acompañados de música.
De los medios tradicionales podríamos decir que es el más democrático por ofrecer mayores posibilidades de participación que la prensa y la televisión, razones por las que se afirma que está viva y es innegable compañía.
La sorprendente tecnología actual ha servido para mejorar su soporte. En esta materia lo que hoy es nuevo mañana será viejo, y aunque parece de fantasía el avance técnico, no lo es todo en este fascinante medio porque es fundamental.
En el capital humano es primordial la gente que desempeña las labores específicas inherentes a la presencia radial, locutores, operadores, comentaristas, libretistas, periodistas, técnicos, programadores, discotecarios. En fin, de todos los que hacen la radio, de los que también he ponderado su tarea.
En diferentes artículos, crónicas y entrevistas, luego de detenidas investigaciones del pasado y de apuntes que hiciera más tarde, por vivencias y experiencias propias, he colegido una memoria de parte de la radiodifusión, que consigna los destacados nombres de hombres y mujeres -gente de radio- en su labor cotidiana y en uno de los hitos salientes de su historia que fue el Primer Congreso Nacional de Trabajadores de Radio en 1962, que tuve el honor de presidir.
En el mismo que al inaugurarse tuve la iniciativa de plantear que se instituya el 19 de marzo el Día del Radialista, idea que fue respaldada con aclamación y desde entonces en esa fecha se tributa homenaje a quienes se desempeñan en la labor radiofónica.
Y como dentro de tres días se celebrará su día, vienen al caso algunas reflexiones: si la radio es básicamente compañía, información, entretenimiento, educación informal y cultura, lo es especialmente por el lenguaje, aspecto descuidado por muchos que hacen uso del micrófono en esa función comunicativa.
Un cuidado que se lo debe enriquecer cada día con pasión. ¿De qué otra manera podría alcanzarse la credibilidad por parte del oyente si no es a través de la palabra? No son solamente la entonación, el ritmo, los silencios, la intensidad, que crean esa cercanía, a tal punto que el oyente deja de serlo para integrarse al relato, sentirlo íntimamente, hasta el grado de apropiarse como suyo. Sin ese apasionamiento, sin esa convicción no es factible hacer radio.
Muchos de los protagonistas de la radio no deben perder de vista que una voz o una música en nuestros oídos conjura, muchas veces, los temores y la soledad, males generalizados de nuestro tiempo. Hasta puede ser el antídoto de la inseguridad existencial agravada por la inestabilidad económica, la inseguridad pública, el excesivo individualismo, la deserción democrática.
En momentos en que cuantos necesitan compañía, basta con apretar un botón para no sentirnos solos. La radio está siempre ahí para cuando se la necesita. Y es pertinente anotar que siempre se puede escuchar radio sin dejar de hacer otras actividades. La concentración que requiere leer un periódico, el atractivo que ejerce la televisión, la dedicación que exige la computadora o el teléfono celular nos aprisionan para atenderlos.
Y lo que propaga la radio – no olvidemos – entra en los hogares, se cuela en las cocinas y está incluso en el cuarto de baño. Y si tantos insomnes de esta actividad se han entregado a ella deben hacerlo con el mejor lenguaje y máximo talento.
A propósito, apelaré a un fragmento de algo que escribió el autor español Gustavo Martin Garzo : “Soy muy consciente que la radio, como las palabras, pueden servir para la vida y el amor, como para la cultura de la muerte y del odio. Nosotros queremos palabras semilla, palabras germinales. No palabras deshilachadas por el uso abusivo que hemos hecho de ellas”.
Fuente: Página siete, 16.3.15 por Mario Castro, periodista