El largo camino emprendido por los pueblos occidentales hacia la libertad encontró en las manifestaciones simbólicas un ámbito de protección especial a este derecho humano fundamental que ningún país democrático hoy lo pone en duda. Quemar una bandera se inscribe, por ejemplo, dentro de lo que se denomina la libertad de expresión simbólica como lo es el corte de manga o el “dedo patriótico”, como lo denominan algunos. Las autoridades en vez de sentirse ofendidas en su “majestad”, lo que debieran hacer es protegerlos si es que creen en realidad en dichas formas de libertad. Los que no, usan los argumentos autoritarios de que ofenden a la autoridad y en consecuencia deberían ser sancionados.
Existe una larga tradición doctrinaria en sentido absolutamente contrario y no hay pocos países en América Latina que han derogado estos artículos de su código penal y otros que todavía mantienen castigos a eso que antes se llamaban ofensas y hoy son formas simbólicas de libertad de expresión que debieran ser protegidas antes que perseguidas.
Generalmente estas reacciones deberían ser vistas en relación al personaje de marras y su comportamiento. Cuando la sociedad no puede contestar las ofensas y agravios que “la autoridad” descarga sobre sus oponentes haciendo uso de los tiempos gratuitos en radios y televisión, lo único que le queda es expresar su repudio al paso de la caravana presidencial o en un acto público de ocasión. Si los medios y sus voceros son castigados por la crítica es lógico que el ciudadano que vive en ese ambiente autoritario y ofensivo le queda la única opción de lo simbólico para expresar su repudio. Alguna vez los peruanos lavaron por miles las banderas de su país repudiando el nivel de corrupción del gobierno de Fujimori o se pusieron máscaras antigás con el mismo propósito. Son formas de expresión simbólicas que reflejan el estado de ánimo de la población y que debieran entenderse como formas de repudio civilizadas y no violentas, que requieren no solo de la comprensión del poder sino de una protección especial que permita entender y valorar la libertad si ese es el propósito del presidente y su gobierno. Si este solo puede ejercer su libertad de expresión sin límites ni sanciones y al mismo tiempo condena y persigue a aquel que gestualmente manifiesta su repudio, estamos claramente ante un gobierno autoritario que usa la ley para su provecho y se vuelve inmune e impune ante ella.
Requerimos, por lo tanto, una mirada más amplia y abarcante de estas libertades y observar el comportamiento del poder ante ellas para evaluar con claridad si se vive en democracia o si el régimen es solo una fachada que encubre el verdadero rostro autoritario y dictatorial del poder de turno. Una de las maneras de medir eso es sobre cuánta protección tienen los que ejercen su libertad de expresión formal o simbólica. Y en algunos países pareciera que claramente algunos gobiernos no pasan la prueba.(O)
Requerimos una mirada más amplia y abarcante de estas libertades y observar el comportamiento del poder ante ellas para evaluar con claridad si se vive en democracia o si el régimen es solo una fachada que encubre el verdadero rostro autoritario y dictatorial del poder de turno.
Fuente: El Universo, 13.5.15 por Benjamín Fernández, periodista paraguayo