Tenía una oportunidad, después de varios meses de insistencia. Veinte minutos para entretener a los radioyentes con un informe sobre su especialidad: la crítica de libros. Le recomendaron que se atuviera al reloj, ¡no podía excederse ni un minuto! Ensayó muchas veces, cronometró cada una de sus palabras. Cuando ingresó –era la primera vez– al estudio, sintió que todo estaba a su disposición. Un reloj que indicaba los minutos (no las horas) advertía “de lo que valía un instante en aquella cámara insonorizada”. Cuando llegó a la mitad del guión, ojeó el reloj y se exaltó: ¡Ya había consumido dos tercios de su tiempo! Saltó páginas del manuscrito, improvisó comentarios y llegó al final. Respiró, satisfecho de su hazaña. Pero el locutor que debía reemplazarlo se demoraba. Comprendió: había visto el segundero, no el minutero. Aún le quedaban cuatro minutos de aire. Tomó el manuscrito y llegó otra vez al final. Pese a su intranquilidad, el locutor lo despidió de modo amable. Le preguntó a un amigo qué le había parecido su presentación. “Estuvo muy bien, lo que falla como siempre es el aparato de radio. El mío se quedó un minuto absolutamente en blanco”, le respondió.
Aguda y temprana reflexión sobre el vínculo entre radio, técnica y audiencias, Walter Benjamin publicó el relato “Al minuto” bajo el seudónimo Detlef Holz –el ascenso del nazismo ya lo había empujado al exilio– en el periódico Frankfurter Zeitung el 6 de diciembre de 1934. No es sólo una narración que conjuga ficción y ensayo: tiene tintes autobiográficos. Benjamin trabajó en las radios SWR Frankfurt y la Berlín FST entre 1927 y julio de 1932.
Algunos de aquellos guiones que escribió y leyó en el programa La hora de la juventud acaban de ser publicados en el libro Juicio a las brujas y otras catástrofes. Crónicas de radio para jóvenes, editado por Interzona, con un recomendable posfacio de Esther Leslie. Son relatos que buscan en los pliegues olvidados de la historia, que dan cuenta de personajes y mundos que ya no están, que fueron desterrados por creencias y saberes cientificistas que luego, a su vez, también se han visto reemplazados. Recuerdan una y otra vez la temporalidad (la irremediable caducidad) en la que se inscriben las leyes y las técnicas.
Se lee (se escucha) en esos guiones el eco lejano pero persistente de los códigos de fraternidad juramentados por las pandillas de salteadores de caminos en la antigua Alemania, antes de ser arrasados por príncipes y barones feudales. De la paradójica tarea de cientistas naturales y eruditos de la filosofía “para fomentar la horrible creencia en las brujas” y así poder perseguirlas y eliminarlas. Entre la toma de la prisión de la Bastilla y el caso del joven Kaspar Hauser, se rememora la catástrofe ferroviaria en 1879 en el fiordo de Tay, en Escocia, y la crónica permite pensar el desfasaje entre los descubrimientos científicos, la reflexión teórica sobre esas nuevas tecnologías y su apropiación social.
Al igual que en “Al minuto” (incluido en la compilación Historias y relatos, publicada por El Aleph en 2005), en los guiones se observan marcas que despiertan al lector (al oyente) del ensueño de la narración y le recuerdan que hay un enunciador; también se encuentran referencias a los límites (¡ay, ese reloj!) que parece imponer la técnica sobre el hecho radial. Es que, en sus textos teóricos sobre el medio, Benjamin sostiene que la centralización del ejercicio de la voz en la radio no es una decisión técnica sino, en todo caso, política. Por eso, reflexiona que es un “grave error” distinguir “entre el conductor y el público” porque esa separación no concuerda con la base tecnológica del medio. La radio es un espacio democrático: su espíritu es “poner a tanta gente como sea posible delante de un micrófono cada vez que sea posible”.
Con las historias que leía a los jóvenes, Benjamin no sólo intentaba redimir a determinados personajes y situaciones borrados de la Historia, sino evitar también la pérdida del propio arte de contar historias. No era un gesto nostálgico –tan cándido como vacío–, sino que se basaba en la certeza de que el pasado ilumina nuestro presente: sin la densidad de la memoria nuestra experiencia se empobrece. “La escasez en que ha caído el arte de narrar se explica por el papel decisivo jugado por la difusión de la información. Cada mañana nos instruye sobre las novedades del orbe. A pesar de ello somos pobres en historias memorables”, advertía (nos advierte) el autor de El libro de los pasajes.
Fuente: Página12, 20.5.15 por Manuel Barrientos, argentino, licenciado en Ciencias de la Comunicación – UBA. Docente en TEA.