Palabra de Antígona
Hay oficios en el mundo que se aprenden con el ejemplo. El periodismo es uno de ellos. Calificado como el mejor oficio del mundo por el Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. Un oficio que demanda 24 horas de trabajo, sin descanso. Ese fue el oficio de Jacobo Zabludovsky, maestro de la noticia.
En 1966 yo estudiaba periodismo cuando nació el Noticiero Nescafé, en canal 2 de televisión. Más tarde nació 24 Horas, luego ECCO, noticiarios que se abrieron espacio al ritmo de algunos cambios tecnológicos, como el satélite y la televisión mundial.
En esa época, mucho antes de la revolución tecnológica, el oficio de periodista estaba ligado fundamentalmente a conseguir la noticia, la primicia, el anuncio, la revelación, lo que se llamaba entonces “conseguir una exclusiva”. Eso significaba vivir para lograr; conseguir para aparecer y ganar, se necesitaba una fuerte dosis de adrenalina y una energía poco común. Eso ya no existe. Pero durante muchos años un modelo de ese periodismo reporteado, diría, ansioso por la noticia, lo representó visiblemente Zabludovsky.
Recuerdo que la primera vez que lo vi, estaba reporteando desde un vehículo, de la misma forma en que lo hizo durante el terremoto de 1985 y cuya imagen vimos por televisión a raíz de su deceso, solo que yo me refiero a otra ocurrida como como 10 años antes. Él salió a reportear el incendio del restaurante Mauna Loa en la Zona Rosa, no era la entrevista a un funcionario o a un jefe de estado. Lo vi y escuché muchas veces diciendo, este es un asunto que no leerá mañana, es exclusivo. Y así podría contar muchas escenas semejantes, en tiempos en los que me formé, deseando la exclusiva, la primera plana, yendo tras la noticias, sin el dios google ni el teléfono celular.
Muy pronto me convertí en militante feminista. Viví largo tiempo una contradicción profunda. Ganar la noticia a toda costa, lo que significa pelear y competir tremendamente. Una de las características más claras del patriarcado, se diría. Llegar primero, dar codazos en la muchedumbre para lograr la entrevista exclusiva; conseguir como he oído recientemente, la portada, es decir a la primera plana, con la nota más espectacular y novedosa. Claro, esto se contradecía con el principio de solidaridad e igualdad feminista. No fue fácil. Debo confesar, no obstante, que todavía siento orgullo de vivir con adrenalina y conseguir una exclusiva, lo que me causa gran placer.
Zabludovsky ganaba las primicias sistemáticamente. No sé si lo que opinaba o lo que decía se calificaba como bueno o malo. Cuando me volví feminista me di cuenta que tanto en el Noticiero Nescafé como en 24 Horas, este personaje abrió las puertas a las reporteras. Me tocó la época en que había muy pocas reporteras en todos lados. Y lo curioso, lo digo para analizar, que no contrató caras bonitas y figuras estereotipadas, contrató a profesionales del periodismo como Marcela Mendoza, Rosa María Campos, Rita Ganen, Graciela Castro, todas ellas hicieron de Nescafé y los primeros años de 24 Horas, un ejemplo de buen periodismo.
Me dirán que luego llegaron las rubias o esas de ojos increíbles, como los de Adela Micha, jovencísima en ECCO, o Lolita Ayala. Pero lo que cuento es para anotar y saber. No las eligió por güeritas, todas tienen y tuvieron en común ser buenas periodistas, como una segunda generación formada entre otras por Ana Cristina Peláez, Norma Meraz, Patricia Berumen e Isabel Zamorano, entre las que recuerdo.
Jacobo difundió la violencia contra las mujeres
En 1976 las feministas empezamos a darnos cuenta del tamaño de la violencia contra las mujeres. En mi caso el oficio invitaba y la militancia obligaba. Un caso de violación tumultuaria en el campus universitario fue llevado a 24 Horas, Jacobo Zabludovsky lo tomó y lo difundió; no necesitaba darse golpes de pecho, simplemente como se dice en el argot periodístico, le dio seguimiento.
Ese señor, del que todavía hoy se exige militancia, simplemente hizo lo que muchas deseamos y millones de opinadores y analistas ni ven; deseamos, repito, que alguien cuente lo que escenifican las mujeres; su condición social; sus avatares, sus propuestas. Que haya oídos y difusión, para que las demás mujeres lo sepan, para hacer presión política y difusión social; para contribuir a que haya solución y se acabe con la impunidad.
Jacobo dio cabida a los asuntos de la violencia contra las mujeres, sistemáticamente. A partir de 1976 todos los casos, hasta uno al que yo le di seguimiento, como la violación de muchas jovencitas a manos de un funcionario de la embajada Egipcia en 1981, y el de las 19 jóvenes del sur en 1990. Nunca le pregunté por qué lo hacía, aunque hablé con él dos o tres veces en toda mi vida, y lo hacía sin agitación, sin exageración.
Lo hizo igual en los últimos casi 16 años en el noticiario de Una a Tres en Radio Red, donde siempre dio a conocer decenas de informativos que yo le envié. En otros espacios, de grandes e importantes periodistas, esos casos no fueron difundidas, sobre todo cuando carecían de una segunda intención: un gobernador en la picota o algo parecido.
Por esos hechos recuerdo a este oficiante de la noticias, alguien que se me parece, aunque para muchas jóvenes o periodistas sea una conducta añeja, porque hay que descubrir y difundir, antes que nadie, para que no se olviden de ciertos y, con frecuencia, trascendentes hechos y por esa rara solidaridad con uno de los asuntos que nos preocupan, conmueven, sobresaltan en estos tiempos de extendida impunidad y, con frecuencia, de indiferencia y superficialidad; llegar primero tendría que estar ligado a un tema que no importa a las nuevas generaciones de periodistas: tendría que asombrar, calar, producir adrenalina, impronta por decirlo antes que nadie. Hoy habría que sacudir a los oficiantes de la información.
Claro, lo que el o la lectora piensa es verdad. Hoy ya nada se parece al mejor oficio del mundo. Las noticias las gana el Facebook; nadie se conduce con una libreta y un bolígrafo por las calles o las oficinas, nadie constata y comprueba hechos, nadie entra en un estado de excitación tal, y de adrenalina como cuando una se acerca a una noticia; se llega al colmo del amarillismo o politización de los hechos, no de los hechos en sí mismos, sino lo que se dice u opina sin causar asombro.
No, la violencia contra las mujeres se “justifica” y sólo se traslada a una seca, brutal y poco documentada culpa: la del gobierno; no se explica, no se investiga, no se informa, no se da la noticia; también la noticia ha sido cambiada por una cosa que no entiendo: la denuncia o el ocultamiento, como el fin de toda la difusión.
No se profundiza. Hay una anécdota que recuerdo de Zabludovsky. Una más, lo juro. El diario donde yo trabajaba me envió a un suceso en el ejido “La Víbora”, del municipio de Tlalixcoyan, en el sur del Estado de Veracruz, probablemente era 1989. Ahí fueron asesinados cuatro o seis policías “nuevos”, jóvenes que perseguían una avioneta que transportaba drogas.
El asunto donde participaron un puñado de militares se desfiguró. Las “filmaciones” oficiales eran confusas, nada parecía claro. Declaraciones contradictorias y miedo. Hice mi trabajo con gran sigilo y temor. Cuando en la noche prendí el televisor, Jacobo decía, con su voz característica que las filmaciones habían sido manipuladas y que ello exigía una explicación de la autoridad; luego contó lo que yo vi, sin altisonancia y sin hablar de más, sólo de los hechos. El asunto dio mucho que decir en los meses siguientes. Él solamente contó.
Es el mejor oficio del mundo. Dar testimonio, contar, decir con simpleza lo que pasó. Ya sé, me van a decir que los y las periodistas tienen intención. Mi respuesta es: no necesariamente. Y hablar de los hechos tal cual, con frecuencia se confunde con una posición. Ahora, es verdad que se debe ir al fondo, con investigación, no con opiniones y supuestos; tampoco con el afán amarillista de sólo denunciar, con frecuencia sin elementos suficientes; con frecuencia sin la búsqueda de la verdad, que sigue siendo un afán del buen periodismo.
Fuente: Periodistas en español, 6.7.15 por Sara Lovera, periodista y feminista mexicana