Jon Lee Anderson, el lugar del periodismo

El conflicto forma parte de nuestra naturaleza como seres humanos. No es una aberración ni una excepción, es necesaria vida diaria. Lo importante, por consiguiente, no podría ser eliminar el conflicto, sino resolverlo, aún sabiendo que cualquier solución siempre está limitada a ser vivida como convivencia inevitablemente provisional. La política, por su lado, es un particular modo del conflicto, aquel que trabaja con su presencia pública. Intenta resolverlo debatiéndose entre dos extremos: como puro ejercicio del poder o como consenso del bien común.
Hoy, en Bolivia, estamos viviendo bajo el imperio de cierta política; por tanto, el conflicto público ha invadido incluso nuestra vida privada y nuestra experiencia simbólica. Y como nuestra política es incapaz de acercarse al polo del bien común, vivimos el conflicto como agudización del antagonismo. Ya no podemos relativizar las discrepancias, ya no podemos debatir las diferencias. El único espacio que habitamos es el de la trinchera.
La comprensión de los medios de comunicación como mediación o como escenario de socialización de valores y prácticas es apropiada en circunstancias en las que hay un equilibrio entre la política del poder y la política del consenso, entre negociaciones y entre pactos.
Pero es claramente insuficiente cuando la política del poder se ha expandido imperialmente e invade, inclusive, los campos simbólicos o los ámbitos afectivos. Cuando esto sucede el mundo político ya no nos representa ni logra cumplir su rol de intermediario entre sociedad y Estado. Por consiguiente, el periodismo puede limitarse a la mediación o a la puesta en escena de los inevitables conflictos democráticos.
Cuando la política del poder nos invade con antagonismos y polarizaciones, algunos medios y algunos periodistas se degradan a la consigna política y a la violencia simbólica. Esos y ellos han dejado de ser medios de comunicación y periodistas para convertirse en actores políticos y, por consiguiente, deberían asumir su nuevo rol con hidalguía, sin pretensiones elementalmente periodísticas de que nos estarían informando.
Por tanto, en el momento del imperio de la política como puro ejercicio del poder, el lugar del periodismo es el lugar de la conciencia y del conocimiento. Ya no puede limitarse a ser escenario de diálogos y debates, aún si esa responsabilidad continúa siendo imprescindible. Cuando la política del poder exclusivamente antagónico nos ha invadido, ya no es suficiente responder con acciones plurales ni con gestos comunicativos entre posiciones.
Ya no basta registrar ni informar sobre la guerra. Es necesario conocerla, es imprescindible tomar conciencia de su proceso, es preciso arriesgarse a radiografiarla. Si los mejores periodistas nos explican por qué y cuándo comenzó la guerra, si nos cuentan las tácticas y las retóricas de las batallas en las que estamos inmersos, si nos transmiten los afectos, los valores, los significados de cada derrota y de cada victoria, en la vida de cada uno de los estrategas de esa guerra, en la que somos soldados involuntarios, pero inevitables, entonces los ciudadanos podremos construir nuestra trinchera a la medida de nuestras necesidades, de nuestras convicciones y del futuro que queremos construirnos.
Seguiremos siendo soldados de una guerra política porque no fuimos capaces de convertirla en un diálogo nacional amoroso, pero cuando menos seremos soldados conscientes de nuestros actos y no títeres de la mezquindad.
De ahí que para Jon Lee Anderson el lugar del periodismo en una guerra política o en una militar es, posiblemente, el lugar central. Quizá por eso afirmó en la Feria del Libro de Santa Cruz que “no es fácil decir la verdad en los medios, incluso en los menos conservadores”. Refiriéndose – supongo- a la verdad alojada en los derechos humanos, porque en ellos se enraíza el lugar de la vida, de la democracia, del diálogo. El lugar de la autodeterminación.
Aún cuando no podamos negarnos a la degradación de la guerra, porque no tuvimos la estatura histórica de construir un pacto liberador para todos, en ese periodismo radicará la reserva moral de la emancipación. Ese refugio de la conciencia de que aún en medio de la guerra no somos animales interesados exclusivamente en nuestra inmediatez. Ese hogar del conocimiento de nosotros mismos que nos permite confiar y saber que la guerra es apenas una circunstancia desgraciada. Esa certeza de que la libertad no nos ha abandonado. Esa confianza de que habrá una vida hermosa después de la guerra.
Fuente: Página siete, 3.7.15 por Guillermo Mariaca Iturri, literato

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