Luis Ramiro Beltrán ha sido despedido el domingo pasado por discípulos, amigos y admiradores, rodeado de fragantes ofrendas de flores blancas y del cariño de todos los que tuvieron el privilegio de conocerlo personalmente. Desde la misa, celebrada por Xavier Albó, hasta las canciones entonadas en su honor, poemas y discursos, más que expresiones de dolor, eran reafirmaciones optimistas en gratitud al maestro.
El padre Xavier “convirtió el agua en vino” para la ceremonia religiosa, revivió la memoria de Luis Espinal y comentó los profundos mensajes del Papa en su reciente visita a Bolivia para rendir homenaje al gran comunicador, cuya obra rebasa los límites del territorio nacional y del americano.
Un modesto pediatra defensor de la salud no puede añadir casi nada a los profundos y bellos homenajes que le han rendido poetas, periodistas, historiadores, muchos de sus discípulos, grandes comunicadores, académicos de la lengua y el enorme grupo de sus admiradores. Sin embargo, estas líneas que nos hemos propuesto publicar periódicamente para defender la salud como derecho, queremos dedicarlas, esta vez, a Luis Ramiro, amigo, que no solamente fue maestro de los comunicadores, sino también, además, de los trabajadores en Salud.
La comunicación horizontal, dialógica, que es uno de sus grandes aportes al desarrollo de la comunicación genuinamente democrática, fue defendida por Beltrán en 1979, en un artículo escrito a requerimiento de la Unesco y publicado un año después en inglés por la revista Communication de Gordon y Breach.
Después de más de 10 años se tradujo al español en 1991, pero lo reprochable es que en Bolivia no fue debidamente difundido. Nosotros éramos seguidores de Paolo Freire, nos alegramos de saber que Luis Ramiro había ganado el premio Mc.Luhan, pero, honestamente, no conocíamos al compatriota que con su trabajo “Adiós a Aristóteles: la comunicación horizontal” estaba liderando cambios sustanciales en las ciencias de la comunicación.
Pese a tan grave falta de información, la política de salud democrática y participativa que pusimos en práctica con los comités populares de salud y los médicos PIAAS calzaba tan bien con su teoría que años después, cuando nos conocimos personalmente, nosotros aprendimos de su teoría más de lo que pudimos mostrarle de nuestra práctica.
El especialista en comunicación para el desarrollo, doctorado por la Universidad de Michigan, se constituyó en lo que -parafraseando a Gramsci- podíamos llamar el intelectual orgánico de la comunicación en salud.
Tuvimos el honor de prologar uno de sus últimos trabajos: Comunicación para la salud del pueblo, publicado en La Paz el año 2011, con la colaboración de OPS/OMS, la ONG Marie Stopes Internacional y la Universidad Católica de Bolivia.
Es uno de los textos más didácticos para comprender, tanto el valor de la comunicación como los nuevos conceptos de salud y enfermedad. Es un gran aporte para el estudio de las políticas de salud y para su orientación realmente solidaria, democrática y participativa.
Nos hermanamos con Luis Ramiro y aunque es verdad que él goza de un merecido descanso inmortalizado por lo mucho que ha hecho en beneficio de tantos, nos duele su ausencia.
Desde el año pasado su vida empezó a consumirse como una velita de sebo, que a momentos todavía tiene brillos esporádicos, pero se apaga fatal e inevitablemente.
Sus 85 años dejan ver que murió antes de tiempo, pero si recordamos que empezó desde muy niño a mostrar que tenía “tinta de imprenta en las venas”, que a sus 12 años ya era periodista, que a los 16 llegó a ser jefe de redacción de La Patria de Oruro, poco después redactor de La Razón de La Paz, fundador de un semanario, la vida real de Luis Ramiro es más larga y productiva que la del más longevo.
Un grupo deportivo del Club de Tenis La Paz, irónicamente bautizado como el Jurasic Park, al que fue invitado varias veces, junto con Norita, el alma de su vida, tiene por lema “más que los años de vida importa la vida que se le da a los años”. Luis Ramiro empezó a vivir mucho antes que el común de la gente y, además, le puso tan intensa vida a cada año transcurrido que no en vano su entierro en el Cementerio Jardín fue una reafirmación de fe y de esperanza, más que una dolorosa despedida.
De una rígida disciplina en el trabajo, que lo hacían un Catón severo, a la hora del rélax, cambiaba la carpeta seria por el cajón bullicioso y aparecía el músico, autor de boleros, el artista de teatro, el imitador y hasta el burlón irónico que reía y hacía reír, que bailaba y hacía bailar, que llenaba de vida, no sólo su propia existencia, sino la de todos los que tenían el privilegio de ser sus amigos. Nunca olvidaremos a Luis Ramiro ni sus enseñanzas porque también fuimos discípulos del gran maestro.
Fuente: Página siete, 15.7.15 por Javier Torres-Goitia T. fue ministro de Salud