La prensa diaria está saturada de noticias que informan sobre actos de violencia de todo tipo.
Los noticiarios más prestigiosos de la TV cruceña otorgan coberturas que fácilmente contabilizarían más de un tercio de su programación.
Los espacios dedicados a la ‘información’ sobre la violencia han transformado los noticiarios en programas de crónica roja hábilmente camuflados.
No solo se difunden los hechos y se muestran las imágenes sin el menor criterio ético y consideración por la sensibilidad del público, sino que se lo hace reiterativamente, como para asegurarse de que todo el mundo lo haya visto, y si eso no es suficiente, se entrevista a los deudos o a las víctimas; pareciera que eso los hace pensar no solo en ratings, sino en parámetros de calidad: cuanto más sangre o dolor humano tiene la ‘noticia’, parece más exitosa, eficiente, de calidad.
Es obvio que este tipo de procederes está muy lejos de una adecuada lógica de la información, es una forma suspicaz de explotar la morbosidad humana que la modernidad heredó de la Edad Media, el periodo más oscuro de la humanidad.
Se nos dice que la población tiene el derecho de estar informada, sin duda; sin embargo, este preciado atributo de la civilización tiene sus propios códigos, la información es socialmente útil en la medida en que no dañe los valores y las subjetividades sociales.
La sociología contemporánea ha retomado con buenos resultados el estudio del comportamiento individual humano y, sorprendentemente, encontró que uno de los elementos más propios e inherentes a la naturaleza humana es la imitación.
Esta obsesión por mostrarlo todo, ensangrentarlo todo, cubrir las pantallas televisivas del dolor humano producto de la violencia, es muy poco probable que no produzca un efecto de inducción sicosocial que se expresa en la imitación.
Se socializa el crimen de tal forma y con tanta insistencia, que finamente pasa a ser parte de la ‘normalidad’.
En esa normalidad por imitación se engendran los criminales que sacuden la sociedad moderna. Buen negocio. Más noticias
Fuente: El Deber, 21.7.15 por Renzo Abruzzese, sociólogo