Telebasura

Lo he estado pensando: ¿requiere, el análisis de la denominada “telebasura”, la profundidad compleja del academicismo, la teorización, la intelectualidad inalcanzable de ciertos ensayos de estudios posuniversitarios, para referirnos a un tema esencial de cultura mediática?
La mirada “intelectualoide” de quienes se dedican a juzgar “la matriz cultural melodramática” que dicen que tenemos puntos de enunciación, celos y recelos de proclamarnos como “intelectuales pose” autorreferentes entre el “ellos” y el “nosotros”.
Y otros condimentos difícilmente digeribles. La cuestión parece mucho más simple: la telebasura es una baja estrategia empresarial y financiera –eso, solamente estrategia del y para el bolsillo– de los medios audiovisuales que no reparan en su obligación de educar audiencias y ser socialmente responsables. Solo así, sin mediar teoría alguna, podemos entender lo que ocurre con cierto fragmento de la programación en la televisión ecuatoriana de señal abierta.
El reciente episodio del programa Ecuador tiene talento, cuarta temporada, lo confirma: tres presentadoras y un presentador con cierto recorrido en pantallas juzgando la condición atea de una adolescente a la que le sobra talento para el canto. Punto.
No fue el único caso en el que la jurado Wendy Vera incurría en un gazapo de tal magnitud: en una anterior temporada ya ofendió a la comunidad autista con un comentario salido de tono. Y ser la autora de un jingle institucional “triple A” no la salvará de su responsabilidad ante los espacios de amplificación mediática.
Tres adolescentes provocando una sobreactuada gresca “en vivo” tras su aparentemente premeditada mala actuación. Burlas y risas sardónicas de otro tanto de esperanzados ecuatorianos a los que les mintieron con aquello de “darles una oportunidad” para exponer su talento, cuando en realidad lo que querían de ellos es un poco de ridículo público.
Y los defensores del libre albedrío dejan, cómodamente, la responsabilidad absoluta al control remoto: que a quien la programación le disguste, que cambie de canal. ¿Cambiar de canal? ¿Cuáles son las opciones? ¿Un “descarnado” noticiario que recoge hasta la más ínfima pelea de perros? ¿Los chismes de “la farándula politiquera nacional”? ¿Los hemorrágicos segmentos noticiosos? ¿Las cachetadas, puñetes y patadas del lumpen farandulero que ha adoptado a personajes “hollywoodescos” para volverlos más propios que la guatita? Bastante cómoda la posición aparentemente tolerante que pauperiza una programación que lo que a la final hace es formar –deformar– a un televidente acrítico, a cambio de llenar los bolsillos de los “ingeniosos” productores. Y de sus acólitos también.
Una primera reacción de colectivos preocupados por la dignificación de la televisión ecuatoriana ya se dio hace ocho días en la ciudad de Guayaquil, lamentablemente sin la fuerza ni el eco necesarios (no recuerdo haber visto un reporte en un canal de televisión de señal abierta).
Quizá la academia podría diseñar una estrategia de educación de audiencias críticas y observatorios que eleven la vara estética y rechacen las producciones de pornomiseria y telebasura. Es su derecho. Quizá la legislación en esta materia podría ejecutar una estrategia de control en función de la responsabilidad ulterior de quienes hacen uso de una frecuencia estatal. Es su obligación.
Quizá algún día entendamos que la cuestión no está solamente en el inerte control remoto. Es una esperanza.
Fuente: El Universo, 1.10.15 por Ricardo Tello, periodista ecuatoriano

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