El periodista, el guerrillero y la libertad de prensa

Aquella época estaba marcada por las guerras de alta y baja intensidad. En la del Vietnam se jugaba el destino del Asia sudoriental. África y América Latina eran territorios disputados por las dos superpotencias. En nuestra región, la consigna cubana de convertir la cordillera de los Andes en una enorme Sierra Maestra, se cumplía por llanuras y montañas, a trancas y barrancas. El poder era hegemónico, bajo el ukase del poderoso vecino del Norte, feroces dictaduras militares, tenían como único instrumento político la más cruenta represión. De la otra trinchera, la lucha armada parecía ser la única respuesta posible, bajo el ejemplo de los 12 apóstoles que tumbaron en Cuba al Gobierno del sanguinario sargento Batista.
Bolivia no fue ajena a esta vorágine. El más conspicuo de los guerrilleros, Ernesto Che Guevara, iba a ensayar la creación del nuevo Vietnam en el corazón del subcontinente. La noticia explotó en marzo de 1967, cuando los guerrilleros emboscaron con éxito a una patrulla del Ejército en el sudeste boliviano. Entre marzo y abril se produjeron otros enfrentamientos. La tercera semana de este mes, fueron capturados Regis Debray, intelectual francés, reputado ya como el teórico de la estrategia del “foco guerrillero”, y el pintor argentino Ciro Bustos, ambos conducidos a Camiri para enfrentar la corte marcial.
Era una buena historia para contarla. Los periodistas de mayor enjundia fueron destinados a Camiri y a la zona del sudeste, para despachar sus reportajes cotidianos. Tres de ellos, mi padre, Luis J. González, “el Pila” como se lo conocía por su origen paraguayo; Gustavo “Chino” Sánchez, y mi persona, quienes trabajábamos en la corresponsalía de El Diario de La Paz, nos pusimos de acuerdo para ir más allá, escribir un libro sobre esos potentes acontecimientos. El libro resultó un éxito editorial; se publicó en una docena de idiomas. Tenía ciertas ventajas: fue uno de los primeros en narrar los acontecimientos que, con la muerte de Guevara, alcanzaron ribetes internacionales de envergadura, y porque además la documentación y las fuentes con las que contaba la obra eran de primera mano.
Después del tercer enfrentamiento en la zona de Ñancahuazú, donde cayó prisionero de los guerrilleros el mayor Rubén Sánchez, conseguimos una extensa entrevista con este oficial, hermano de Gustavo. También logramos hacernos con el comunicado Nº 1 del ELN (Ejército de Liberación Nacional), suscrito por el propio jefe guerrillero. Para cumplir con nuestro periódico, viajé a La Paz llevando el interesante material, pero la inflexible decisión del propietario del diario de mantener una suerte de cuarentena informativa sobre la guerrilla, evitó que fuera hecho público.
El fenómeno del David que quería infligir una derrota al Imperio, contaba con la simpatía de muchos periodistas, intelectuales, universitarios, gente de la clase media. Este periodista no era ajeno a esa atmósfera generalizada. De tal manera que hice los máximos esfuerzos por cumplir con el deber informativo de dar a conocer el comunicado del Che emitido desde el teatro de los combates.
El comunicado se distribuyó en panfletos universitarios, pero no bastaba, hasta que se me ocurrió acudir al colega y amigo Carlos Beccar Gómez, por entonces director del diario de Cochabamba Prensa Libre. Conocido por los amigos como “Bichi”, muy popular por su bonhomía y amplitud de miras. En tiempos inmediatamente anteriores de turbulencias políticas, Beccar, aunque de filiación movimientista, nunca regateó la información sobre los opositores perseguidos. Esta vez tampoco dudó ante el requerimiento que le hiciera, apelando a esa su condición de periodista independiente. Coincidimos en que se trataba de un deber profesional contar lo que sucedía sin ocultar los episodios que conmovían al país entero.
La misión no era sencilla: había que saltar por encima de la censura gubernamental y evitar la tentación de la autocensura, hacia la que el poder empujaba a los medios de comunicación. De esta manera, Prensa Libre –nunca más libre que en aquel momento– fue el único rotativo que publicó un extracto de ese documento histórico.
Y ocurrió lo previsto. El riesgo del que Beccar era plenamente consciente se convirtió en un hecho. El ejercicio de la libertad de informar desató las furias del poder. Un comedido fiscal no tardó sino horas en ponerlo ante el juez. A la porfía del interrogatorio sobre las fuentes de su información, Carlos Beccar contestó que el principio constitucional y, especialmente, el de la prensa independiente le impedían desvelar sus fuentes. Del juzgado, pues, Carlos Beccar fue a parar a la cárcel de San Sebastián, acompañado de una cohorte de colegas, trabajadores de prensa y radio y dirigentes universitarios. El periodista se convirtió aquella jornada en el símbolo de la defensa de las libertades y derechos ciudadanos, base de la construcción del periodismo insubordinado. Unas semanas más tarde, salió de la prisión. La dictadura tuvo que retroceder ante la solidaridad de sus compañeros y la presión de la sociedad civil.
La muerte es un fenómeno que no debería sorprender por su naturaleza inexorable, y ahora le llegó a mi amigo Carlos. Lo que nos queda a quienes lo quisimos es la ausencia entre nosotros de su inteligencia, de su carácter, de su sentido del humor y de su sonrisa de hombre bueno. Como pequeño homenaje a quien ya no está, he recorrido los meandros de la memoria, donde permanece su recuerdo, para escoger lo narrado como un momento destacado en la vida del periodista, del luchador y del amigo
Fuente: Los Tiempos, 30.10.15 por Luis González Quintanilla, periodista

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