Periodismo y corrupción

“Nos han impuesto la amnesia, haciendo superflua incluso la amnistía. Nos han robado todo: primero las carteras, luego la memoria, ahora incluso el lenguaje”.
Marco Travaglio acierta al expresar lo que se siente a veces como colombiano. Aunque se refiera a “la más colosal operación de desinformación que recuerde la historia de Italia” su lamento ilustra cabalmente lo que ocurre aquí, con corrupción rampante pero sepultada por eufemismos, cuando no abiertamente silenciada.
Travaglio es gran admirador de Indro Montanelli, historiador, humanista, politólogo y primer periodista en señalar los conflictos de interés del magnate de las comunicaciones Silvio Berlusconi al volverse político. Trabajaron 15 años juntos en Il Giornale, fundado por Montanelli tras renunciar al Corriere della Sera, que ya percibía demasiado servil con los políticos. El plan del Cavaliere era lanzarse a la vida pública para evitar la bancarrota y que el periódico lo apoyara. Montanelli no sólo discrepó sino rompió relaciones. Las tempranas denuncias de un anticomunista entrenado en el periodismo norteamericano no fueron atendidas. Declarado “esclavo de las multinacionales”, sufrió un atentado a bala por las Brigadas Rojas seguido de escasas manifestaciones de apoyo. Preocupado con el avance comunista, alguna vez recomendó “taparse la nariz” para votar por la Democracia Cristiana. Después rechazó un nombramiento de senador vitalicio: “mi creencia en un modelo de periodista absolutamente independiente me impide aceptar una oferta tan halagadora”.
Al cortar Montanelli con Berlusconi, las represalias no tardaron. El político empresario sabotéo su labor y lo sacó de su propio periódico. La Voce, otro intento de autonomía, no arrancó por el “boicot de anunciantes deseosos de complacer al nuevo patrón de Italia”. Desde entonces, luchó contra el berlusconismo, más que contra su líder, pues conocía la proclividad italiana hacia cualquier caudillo protector. Comparaba la situación con el apoyo irrestricto a Mussolini convertido luego en cruzada antifascista. Solía recordar una frase del Duce: “¿cómo no va uno a hacerse patrón, en un país de siervos?”.
El periodista se oponía a Forza Italia por la misma razón que repudió a los comunistas, era un liberal. Por eso los sectores progresistas tergiversaron las razones de quien consideraban un viejito gagá que anteponía los principios a la política. Según Travaglio, Montanelli “conocía bien la tendencia de los intelectuales italianos, empezando por los periodistas, a correr en auxilio del vencedor. Más que las censuras y las depuraciones, le preocupaban las autocensuras y los servilismos espontáneos, animados por el poder corruptor de Il Cavaliere, muy hábil a la hora de alternar los halagos y las amenazas”.
Berlusconi finalmente cayó por las fotos de un bunga bunga, como se conocían las orgías en su mansión de Cerdeña. Las imágenes tomadas por Antonello Zappadu fueron claves para el cargo de “constricción a la prostitución de menores” y la condena a siete años de prisión con “inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos”, como Samuel Moreno. Zappadu, hijo de reportero gráfico, prefiere que no lo llamen paparazzi por destapar el escándalo que, con un fraude fiscal, tumbó a quien parecía imbatible. Sería desacertado verlo como intromisión en la privacidad de un ciudadano común: era un líder político manipulando una imagen pública que un fotógrafo entrometido desbarató. Fue acusado de “violación al domicilio” pero la justicia lo absolvió. Después se vino a Colombia a vivir con su esposa caleña. Le habrán parecido de pésimo gusto el selfie de la hamaca y el video de la comunidad del anillo.
No se sabe qué es peor, si la desfachatez de Berlusconi o la “hipocresía desbordante” de políticos colombianos que camuflan relaciones incestuosas con los medios y ni siquiera asumen el costo de hacer el ridículo. Víctimas de circunstancias imprevistas y conspiraciones, ya ni se inmutan ante un escándalo. Cuentan con cajas de resonancia mediáticas para su versión oficial, y las secciones o revistas de “sociales” para mantener la figura de próceres.
Internet ha deteriorado las finanzas y dificultado la labor del cuarto poder de fiscalizar la política. Ya es impensable que un medio cuente con alguien como Montanelli, y el periodismo de investigación se hace con las uñas, cuando requeriría más recursos para analizar una corrupción sofisticada. Entidades solventes como las universidades podrían contribuir a documentar los grandes desfalcos al erario, cultivando equipos interdisciplinarios, dirigidos por periodistas y docentes, para hacer trabajo de campo con estudiantes, indagar, contrastar, analizar y orientar a la opinión pública. La academia y los medios de comunicación funcionan a ritmos diferentes y sus vínculos son precarios. Fortalecerlos fastidiaría, tanto como unas fotos indiscretas, a esos cavalieri de pacotilla que pelechan en la caverna de la desinformación.
Fuente: El Espectador, 31.3.16 por Mauricio Rubio, periodista colombiano

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