Hace 23 años las Naciones Unidas proclamó el 3 de Mayo como el Día Mundial de la Libertad de Expresión, para celebrar sus fundamentos, evaluar la situación en la que se encuentra, defender los “medios” de atentados contra su independencia, rendir homenaje a periodistas que perdieron la vida cumpliendo su deber y reafirmar la voluntad de preservarla.
¿Para qué sirve la libertad de expresión? Básicamente, para el descubrimiento de la verdad, para la autorrealización personal y para la participación democrática.
Saber la verdad –no la verdad absoluta, que es una cuestión privada– implica conocer en democracia, todos los elementos posibles que puedan ser relevantes para que cada uno pueda formar su propio criterio sobre determinados intereses de carácter público. De ahí viene el sentido de pluralidad o pluralismo que proclaman las democracias como forma de gobierno. La verdad es constitutivo de la libertad de expresión, y al ser a la vez la libertad de expresión fundamento de las democracias, es entonces una cuestión netamente política. No es atribución exclusiva de los periodistas, aunque sí se los reconoce como sus abanderados. Es un derecho de todos, de cada uno de nosotros.
Pero esto no siempre funciona así. Casi nunca los ciudadanos de a pie podemos ejercer a plenitud nuestra libertad de expresión, y lo que es peor, no saber la verdad ni por aproximación. Encadenada por el poder, la verdad es la manipulada expresión que el poder inunda en los medios como verdad absoluta.
La libertad de expresión viene perdiendo su sentido por la manipulación, arrastrando a la democracia a una infravaloración. Todo lo que se diga contra el Gobierno es mentira y antidemocrático. En cambio, lo que nos dice el Presidente y sus ministros, es verdad y tiene valor democrático. Las mentiras no son parte de la libertad de expresión. No contribuyen a la participación democrática.
Los periodistas, los medios y gran parte de la ciudadanía en general, nos sentimos acorralados, intimidados por falta de garantías para el ejercicio de una plena libertad de expresión, acechada y amenazada por una sensibilidad extrema e incomprensible de aquello que se debe entender por discriminatorio, recurso al que apela el oficialismo para amenazar con judicializarla a la libertad de expresión.
Fuente: Los Tiempos, 3.5.16 por Jaime D´Mare, periodista.