Hace unas semanas, en Bogotá, directores de la prensa tradicional se sentaron a dialogar de tú a tú con algunas estrellas de las redes sociales sobre el futuro de los medios. Entre la forzada humildad de los tradicionales y un poco de soberbia de los advenedizos, quedó claro que el mundo de la información cambió, y no necesariamente para bien.
La diferencia, además de generacional, es de magnitud de audiencia y de monto de la inversión. La prensa tradicional no tiene cómo competirle a esa avalancha informativa que inunda las redes sociales. Es una gran paradoja: Twitter y Facebook valen miles de millones de dólares y pagan cero por el contenido.
Ben Rhodes, consejero estrella de comunicaciones del presidente Obama, se quejaba en estos días de que los medios estadounidenses ya casi no tienen corresponsales de prensa en el exterior. Ahora la realidad de lo que sucede en el mundo la cuentan desde Washington unos jovencitos sin ningún bagaje. Muchos periodistas, incluso de los grandes medios, se limitan a difundir lo que encuentran en las redes sociales.
La biografía no autorizada de Carlos Slim, del periodista Diego Enrique Osorno, publicada recientemente, además de la historia familiar y de negocios del mexicano más rico del mundo, ofrece un interesante repaso del discurrir político y social de México en los últimos 50 años y del papel jugado por los medios.
El libro de Osorno, entremezclado con varias entrevistas a Slim, relata la estrecha relación del multimillonario con la prensa. Larry King, después de CNN, se convirtió en socio de Slim en el canal por internet Ora TV: una empresa controlada por Slim, es accionista del New York Times, y muchos de los más importantes periódicos y revistas de México sobreviven en buena parte gracias a la pauta publicitaria de sus empresas.
En pocos años muchos de los medios tradicionales de México y de otras partes del mundo no podrán salvarse, aunque tengan detrás a un mecenas. En la última década, en los periódicos de Estados Unidos se ha perdido el 40 % de los empleos. Esto significa que cada vez hay menos buenos periodistas, y la primera víctima es la información.
Fuente: El Espectador, 23.5.16 por Juan Carlos Gómez, periodista colombiano