El azaroso periodismo cultural

En las filas de la gente que hace periodismo, entre los receptores de medios impresos, radiales y televisivos se habla de periodismo cultural. Fue interesante provocar la discusión sobre el tema con motivo de la cuarta actividad previa a la Feria del Libro del presente año. Tres ajetreados profesionales dieron sus respuestas y contaron anécdotas del auténtico avatar que representa su trabajo.
Sobre la gran plataforma conceptual de la cultura, que debe entenderse como la vida psíquica de una comunidad, como la gestación de unos productos que recogen raíz, creatividad, imaginación y espiritualidad de los pueblos, se revisaron los quehaceres que la sociedad ecuatoriana permite a quienes por ocasión o vocación, incursionan en el manejo de los datos de la cultura.
Del testimonio de Clarita Medina, Lola Márquez y José Miguel Cabrera conocimos el azaroso camino que el medio permite a quien por gusto personal o por genuina motivación saca de las artes, el folclor y las expresiones del pensamiento su materia prima para ejercer tan noble profesión. A veces la oportunidad es la madre de las opciones y se llega al espacio de la cultura “porque es la sección que nadie quiere”, o “es una práctica que se gesta en el camino” dado que en los currículos universitarios no había cabida para esa materia.
Si como Lola, apoyándose en el periodista colombiano Alberto Salcedo Ramos, sostuvo “el periodismo cultural es el que ayuda a entendernos” es fácil deducir la enorme trascendencia que tiene. Sin embargo, ha sido una tendencia que cuente con espacio reducido, que se recorte a la mínima expresión o que no reciba atención para el antes (la información del hecho cultural) y el después (la realización del hecho) en los diarios del país. No se espera que el periodista cultural sea un todólogo que pueda comentar toda clase de expresiones, solamente que provoque la circulación de unos acontecimientos y genere opiniones. Sin embargo, como afirmó Clarita, “debe salir de su escritorio, frecuentar los ambientes artísticos y leer, más que nada leer”.
Resulta justo reconocer que en el Guayaquil de hoy hay una alborada cultural que llena los teatros y los eventos de manera muy visible, que de diferentes matrices brota la invitación a pensar y revisar ideas, productos, críticas (llámense universidades, grupos, teatros grandes y pequeños, editoriales, gestores independientes) en una saludable competencia por la atención del público. Pero, en cambio, no vemos en los diarios el correlato de esa actividad múltiple. El silencio sigue cundiendo en torno de muchas iniciativas.
Se cuestionó en algún momento darle espacio a la obra de baja calidad, al libro malo, al escritor que publica sin madurez suficiente. Yo pienso que alguien –con relativa autoridad dado un quehacer y unas experiencias– debe decirle a los receptores y a los mismos ejecutores de la obra que un espectáculo o cualquier otra forma de arte tiene tales o cuales características que le merecen tal o cual opinión. Si a esto es lo que llaman la “voz de los especialistas”, ellos deben ejercer ese nivel de contribución al fluido de reacciones de todo tipo que genera la cultura.
El trabajo por el periodismo cultural tiene que seguir abriéndose camino.
Fuente: El Universo, 22.8.16 por Cecilia Ansaldo Briones, catedrática, ensayista y crítica literaria ecuatoriana.

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