La banalidad noticiosa

Hubo un tiempo en que los noticieros televisivos constituían la fuente más importante a la hora de enterarnos del estado de la sociedad. Esto era posible porque un criterio de objetividad guiaba la búsqueda de acontecimientos que pudieran dar cuenta de los complejos fenómenos que cotidianamente producen las ciudades y el campo; incluían, obviamente, algunos hechos de violencia y escenarios de sangre, pero su tratamiento era equilibrado, ético, profesional.
Se trataba de pesquisar aquellos hechos que nos permitían formarnos una clara idea de los movimientos de la sociedad civil, de los avatares del poder, de las vidas fallidas, de las liviandades de los poderosos y los sufrimientos de los más pobres; se trataba de mostrar la sociedad de forma inteligente.
Hubo un tiempo en que cada noticia hacía parte de un complicado rompecabezas que permitía que cada ciudadano presintiera el curso del país apreciando el peso específico de cada acontecimiento. Esto era posible porque las noticias se sometían a una regla de equilibrio y ecuanimidad, cada una poseía un peso específico y su redundancia no caía en la banalidad. Resultaba entonces que muy rara vez los noticieros se transformaban en una insoportable crónica roja. Hoy en día, con poquísimas y honrosas excepciones, los noticiarios cruceños se han transformado en tormentosos episodios de sangre. Sin límites éticos y sin el menor principio de respeto a la subjetividad de la audiencia, han terminado en banales crónicas rojas matizadas con folclóricos episodios de farándula y eventuales destellos de glamur local que no logran borrar la letra roja que los distingue.
Hasta no hace mucho, la crónica roja se pasaba después de medianoche. Se consideraba que la exposición sostenida de crímenes y acontecimientos que mellan la dignidad y complotan contra una formación ciudadana pacífica, no debía ser expuesta mañana, tarde y noche, porque termina haciendo natural lo inaceptable.
Hoy se ha invertido esta lógica. Los más espantosos crímenes son el único contenido relevante del noticiero. Ahí radica el origen de su banalidad
Fuente: El Deber, 20.9.16 por Renzo Abruzzese, sociólogo boliviano

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